martes, 30 de septiembre de 2008

Ya va siendo hora


De dejar de fumar.
De escribir mejor.
De leer más.
De ignorar niñerías ajenas, tan ajenas.
De cumplir sueños.
De luchar por ellos, al menos.
De apuntarme al gimnasio por salud mental.
De quejarme sólo por lo que no depende de mí.
De no hacer tanto por quien merece tan poco.
De no hacer tan poco por quien merece tanto.
De saber quién soy.
De corregir errores.
De propiciar aciertos.
De hacer cosas sola, si no queda otra.
De no quedarme en casa por falta de compañía.
De dormir más la noche.
De vivir más el día.
De olvidarme de ti.

martes, 23 de septiembre de 2008

Yo nostalgio, tú nostalgias


Se me ocurre que vas a llegar distinta
no exactamente más linda
ni más fuerte
ni más dócil
ni más cauta
tan sólo que vas a llegar distinta
como si esta temporada de no verme
te hubiera sorprendido a vos también
quizá porque sabés
cómo te pienso y te enumero

después de todo la nostalgia existe
aunque no lloremos en los andenes fantasmales
ni sobre las almohadas de candor
ni bajo el cielo opaco

yo nostalgio
tú nostalgias
y cómo me revienta que él nostalgie

tu rostro es la vanguardia
tal vez llega primero
porque lo pinto en las paredes
con trazos invisibles y seguros

no olvides que tu rostro
me mira como pueblo
sonríe y rabia y canta
como pueblo
y eso te da una lumbre
inapagable

ahora no tengo dudas
vas a llegar distinta y con señales
con nuevas
con hondura
con franqueza

sé que voy a quererte sin preguntas
sé que vas a quererme sin respuestas

(Mario Benedetti)

Gracias, Iván, no sólo por el poema, sino ante todo, por la poesía.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Equinoccio autumnal

Llegó hace dos horas, indiscreto, como acostumbra. Triste, en mi opinión. Intempestivo, como le corresponde: precedido y acompañado de lluvia y gris, unas cuantas inundaciones y un atentado mortal de los asesinos de ETA.
Llegó en forma de equinoccio, quizá una de mis palabras preferidas, por su sonoridad entre lo místico, lo esdrújulo y lo arcaico.


Equitativo el equinoccio como corresponde a tan ecuánime nombre, hoy nos regala la maravilla excepcional de repartir a partes iguales día y noche: 12 horas para cada uno y que no discutan... Y que el agua no venga acompañada de truenos, relámpagos y vendavales, que amenazan unas ganas enormes de irrumpir en el festival de hojas caídas ya sobre las aceras.
Qué distinto este equinoccio en el hemisferio Sur: llega la primavera, celebrada por todo lo alto en Argentina y celebrada en todo lo alto de las copas de los árboles, que empiezan a vestirse de verde un año más.

Montevideo, Plaza de la Constitución.

A vosotros, australes hermanos, os crecen los días. A nosotros, los boreales de acá arriba, se nos encogen: 3 minutos por jornada a un lado y otro del Ecuador, donde ellos sí, disfrutan de la eterna primavera, quién pudiera.
Digamos, sin embargo, que tiene su encanto esta estación: en el orto lo tiene.
No, de verdad: la luz es única, los colores del campo despliegan una gama de naranjas, violetas, amarillos y rojos que, bailando en armonía con las nubes oscuras del cielo, dibujan paisajes de impresionismo pictórico exquisito. La lluvia se redescubre como placer que contemplar desde el otro lado del cristal, con un cacao calentito entre las manos, manta vieja alrededor y un rítmico tic-tic-tic de gotas que adormecen, que relajan, que entristecen en esa forma alegre de la tristeza nostálgica, serena.
Por lo demás, tiene el encanto en el orto (ahora, os toca reír). No: la cama es más paraíso que nunca en su mullida calidez protectora, donde sumergirse hasta las orejas, estiraaaaarse y disfrutar de las noches cada vez más largas.
Del encanto de tener que apagar el despertador cuando aún no ha amanecido, de los bajos de los pantalones calados, los catarros recalcitrantes y el viento helado... hablamos otro día. Hoy, demos la bienvenida al equinoccio, sea de otoño o primavera.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Monte VI De Este a Oeste

"Me gustaría que me dijeras cómo hace uno para saber cuál es su lugar. Supongo que me voy a dar cuenta cuando esté en un lugar y no me pueda ir. Supongo que es así", Un lugar en el mundo.


Tan esquiva es la felicidad como accesible. Más posible aún sentirse a medio camino entre el vacío y la plenitud. Sencillo desear una felicidad que se antoja lejana, pero no imposible. Oportuno saber dónde hallarla. Inevitable desearla. Valiente ir a por ella cuando se sabe dónde está.
Una nueva joya que añadir a mi escueto collar de cuentas escribió una vez: La experiencia diaria nos enseña que siempre hay un nuevo reto que sobrepasar y un nuevo sueño por cumplir. Muchas veces pasamos postergando la felicidad por situaciones que casualmente se vuelven permanentes y no nos permiten avanzar... las cosas solamente cambian con acciones y no mirándolas pasar desde la acera del frente.
Y en esas ando, mi urbe austral decadente. Buscándote para no perderte. Preparando la vuelta, algún día. Te escribo para contarte que te extraño a menudo. Para darte las gracias también por todo lo que gratuita e involuntariamente me has dado. Por el regalo de paisajes, pero ante todo, por tu paisanaje deslumbrante, que da color a un invierno de otro modo gris y anodino.
A ti te escribo, mi lugar en el mundo, arrullada por tu recuerdo, que se me hace tan reconfortante como nostálgico. A ti me dirijo, humilde y temblorosa, mirando de reojo hacia el suroeste, envuelta en el calor de las melodías que compuso uno de tus hijos ilustres, abrigada por el olor a salitre, milanesa y garrapiñadas que me acerca a ti. Achicando mentalmente agua del océano que nos separa. Asimilando aún la emoción de tanta calidez, tanta generosidad y tanta amabilidad humanas, acumuladas en tus edificios habaneros o lisboetas. Agradeciéndote una vez más –y las que hagan falta, infinitas- el renacimiento en mí de una fe en el ser humano que agonizaba, víctima de una enfermedad terminal.


Es sólo la primera, pero no será la única vez que te escribo. Porque el enamorado nunca se cansa de dedicar palabras de amor al objeto de sus suspiros. Y porque además, orgulloso y exhibicionista del tesoro que guarda, quiere darlo a conocer al mundo.
No es sencillo, sin embargo, dejar fluir las palabras –y menos elocuentes, y menos acertadas- en la primera carta que una dirige a su amor. El miedo a quedarse corta, a no poder manejar con precisión las palabras para que expresen toda la grandeza de lo sentido, provocan un bloqueo mental que se traduce en torpeza léxica acompañada del titubeo dactilar sobre el teclado, siempre tentado el índice de darle al botón y borrar el texto que, sin duda, no está a la altura del receptor.
Por eso y escudándome en la bendita intertextualidad, voy a apoyarme –sabrás disculparme, seguro- en las palabras de otro de tus hijos ilustres, para apuntarte directamente al corazón y hacer una declaración de intenciones en toda regla. Amada mía, esta es mi declaración de amor. Te recomiendo que la leas en voz alta, a eso del anochecer… mejor a la puesta de sol, junto al Parque Rodó, que empieza ahora a cuajarse de hojas, por fin. O de pie, cerca de la orilla, viendo los barcos pasar, en playa Ramírez. O desde el cerro, si tienes tiempo de tomar el ómnibus. Amada mía, esto es para ti:

No lo creo todavía
estás llegando a mi lado
y la noche es un puñado
de estrellas y de alegría

Palpo, gusto, escucho y veo
tu rostro, tu paso largo
tus manos y sin embargo
todavía no lo creo

Tu regreso tiene tanto
que ver contigo y conmigo
que por cábala lo digo
y por las dudas lo canto

Nadie nunca te reemplaza
y las cosas más triviales
se vuelven fundamentales
porque estás llegando a casa

Sin embargo todavía
dudo de esta buena suerte
porque el cielo de tenerte
me parece fantasía

Pero venís y es seguro
y venís con tu mirada
y por eso tu llegada
hace mágico el futuro

Y aunque no siempre he entendido
mis culpas y mis fracasos
en cambio sé que en tus brazos
el mundo tiene sentido


Y si beso la osadía
y el misterio de tus labios
no habrá dudas ni resabios
te querré más
todavía

(Mario Benedetti)

Un habitante de tu vecina orilla me diagnosticó el otro día un serio caso de "rioplatitis". Al poco, sus ojos reflejaron más desconcierto que estupor al comprobar que no había cambiado la hora de mi reloj, teniendo así que sumarle siempre cinco horas al entorno. Yo digo basta, querida mía: no es obsesión ni locura; no es un capricho pasajero ni ofuscación ni rebeldía. No busco en ti un escondite, no busco un lugar donde meter la cabeza bajo el ala. Es sólo amor. Guarden la camisa de fuerzas. Déjenme sentir así de intenso, aunque no alcancen a entenderme. Nunca fue fácil hacerlo. Ahora yo me entiendo, y eso me basta.

Busco el camino de regreso para volver a tu orilla. Será un regreso sin la frente marchita. Ahora sé -cuántas certezas nuevas y descubrimientos gracias a ti- que quiero habitarte como tú me habitas. También sé que es tarea difícil. Sé que tu descendencia te abandona en oleadas cada año, porque no encuentran en ti acomodo y que por eso, es mucho pedir solicitarte un huequecito para esta gashega de espíritu errante. Pero también sé -en ese equilibrio inestable que me mece entre la utopía y el pragmatismo- que no intentarlo es el camino más corto para no conseguirlo. Así que, resérvame un sitio, porque hasta que no me hayas cerrado la última puerta, siempre estaré preparada para volver.



Siempre tuya.