martes, 4 de noviembre de 2008

I have a dream


I say to you today, my friends, so even though we face the difficulties of today and tomorrow, I still have a dream. It is a dream deeply rooted in the American dream.

I have a dream that one day this nation will rise up and live out the true meaning of its creed: "We hold these truths to be self-evident: that all men are created equal."

I have a dream that one day on the red hills of Georgia the sons of former slaves and the sons of former slave owners will be able to sit down together at the table of brotherhood.

I have a dream that one day even the state of Mississippi, a state sweltering with the heat of injustice, sweltering with the heat of oppression, will be transformed into an oasis of freedom and justice.

I have a dream that my four little children will one day live in a nation where they will not be judged by the color of their skin but by the content of their character.

I have a dream today.

I have a dream that one day, down in Alabama, with its vicious racists, with its governor having his lips dripping with the words of interposition and nullification; one day right there in Alabama, little black boys and black girls will be able to join hands with little white boys and white girls as sisters and brothers.

I have a dream today.

I have a dream that one day every valley shall be exalted, every hill and mountain shall be made low, the rough places will be made plain, and the crooked places will be made straight, and the glory of the Lord shall be revealed, and all flesh shall see it together.

This is our hope. This is the faith that I go back to the South with. With this faith we will be able to hew out of the mountain of despair a stone of hope. With this faith we will be able to transform the jangling discords of our nation into a beautiful symphony of brotherhood. With this faith we will be able to work together, to pray together, to struggle together, to go to jail together, to stand up for freedom together, knowing that we will be free one day.

This will be the day when all of God's children will be able to sing with a new meaning, "My country, 'tis of thee, sweet land of liberty, of thee I sing. Land where my fathers died, land of the pilgrim's pride, from every mountainside, let freedom ring."

And if America is to be a great nation this must become true. So let freedom ring from the prodigious hilltops of New Hampshire. Let freedom ring from the mighty mountains of New York. Let freedom ring from the heightening Alleghenies of Pennsylvania!

Let freedom ring from the snowcapped Rockies of Colorado!

Let freedom ring from the curvaceous slopes of California!

But not only that; let freedom ring from Stone Mountain of Georgia!

Let freedom ring from Lookout Mountain of Tennessee!

Let freedom ring from every hill and molehill of Mississippi. From every mountainside, let freedom ring.

And when this happens, when we allow freedom to ring, when we let it ring from every village and every hamlet, from every state and every city, we will be able to speed up that day when all of God's children, black men and white men, Jews and Gentiles, Protestants and Catholics, will be able to join hands and sing in the words of the old Negro spiritual, "Free at last! free at last! thank God Almighty, we are free at last!"


Amigos míos, os digo hoy: todavía tengo un sueño. Es un sueño profundamente enraizado en el sueño americano.

Tengo un sueño: que un día esta nación se pondrá en pie y realizará el verdadero significado de su credo: “Sostenemos que estas verdades son evidentes por sí mismas: que todos los hombres han sido creados iguales”.

Tengo un sueño: que un día sobre las colinas rojas de Georgia los hijos de quienes fueron esclavos y los hijos de quienes fueron propietarios de esclavos serán capaces de sentarse juntos en la mesa de la fraternidad.

Tengo un sueño: que un día incluso el estado de Mississippi, un estado sofocante por el calor de la injusticia, sofocante por el calor de la opresión, se transformará en un oasis de libertad y justicia.

Tengo un sueño: que mis cuatro hijos vivirán un día en una nación en la que no serán juzgados por el color de su piel sino por su reputación.

Tengo un sueño hoy.

Tengo un sueño: que un día allá abajo en Alabama, con sus racistas despiadados, con su gobernador que tiene los labios goteando con las palabras de interposición y anulación, que un día, justo allí en Alabama niños negros y niñas negras podrán darse la mano con niños blancos y niñas blancas, como hermanas y hermanos.

Tengo un sueño hoy.

Tengo un sueño: que un día todo valle será alzado y toda colina y montaña será bajada, los lugares escarpados se harán llanos y los lugares tortuosos se enderezarán y la gloria del Señor se mostrará y toda la carne juntamente la verá.

Ésta es nuestra esperanza. Ésta es la fe con la que yo vuelvo al Sur. Con esta fe seremos capaces de cortar de la montaña de desesperación una piedra de esperanza. Con esta fe seremos capaces de transformar las chirriantes disonancias de nuestra nación en una hermosa sinfonía de fraternidad. Con esta fe seremos capaces de trabajar juntos, de rezar juntos, de luchar juntos, de ir a la cárcel juntos, de ponernos de pie juntos por la libertad, sabiendo que un día seremos libres.

Éste será el día, éste será el día en el que todos los hijos de Dios podrán cantar con un nuevo significado “Tierra mía, es a ti, dulce tierra de libertad, a ti te canto. Tierra donde mi padre ha muerto, tierra del orgullo del peregrino, desde cada ladera suene la libertad”.

Y si América va a ser una gran nación, esto tiene que llegar a ser verdad. Y así, suene la libertad desde las prodigiosas cumbres de las colinas de New Hampshire. Suene la libertad desde las enormes montañas de Nueva York. Suene la libertad desde los elevados Alleghenies de Pennsylvania.

Suene la libertad desde las Rocosas cubiertas de nieve de Colorado. Suene la libertad desde las curvas vertientes de California.

Pero no sólo eso; suene la libertad desde la Montaña de Piedra de Georgia.

Suene la libertad desde el Monte Lookout de Tennessee.

Suene la libertad desde cada colina y cada topera de Mississippi, desde cada ladera.

Suene la libertad. Y cuando esto ocurra y cuando permitamos que la libertad suene, cuando la dejemos sonar desde cada pueblo y cada aldea, desde cada estado y cada ciudad, podremos acelerar la llegada de aquel día en el que todos los hijos de Dios, hombres blancos y hombres negros, judíos y gentiles, protestantes y católicos, serán capaces de juntar las manos y cantar con las palabras del viejo espiritual negro: “¡Al fin libres! ¡Al fin libres! ¡Gracias a Dios Todopoderoso, somos al fin libres!”

martes, 21 de octubre de 2008

Mi Buenos Aires querido y querible

Arreciaban todas las lágrimas del universo por dentro. Pero la emoción acumulada ejercía tanta presión en el interior, que ni una sola gota salada pudo fugarse por el lacrimal. Afortunadamente, algo había aminorado el peso de los fluidos oculares cuando por vez primera en mi vida, dejé de soñarte y te divisé en el horizonte diáfano, desde el faro de Colonia.

Cruzando el Río de la Plata de Este a Oeste y de Sur a Norte con rumbo a tus entrañas, los elementos se aliaron para hacer de mi llegada y tu recibimiento un espectáculo de colores más teatral o pictórico que prosaico y real. Atardecía el anciano invierno austral sobre las aguas inabarcables en tonos rojos de fuego, dibujándote esbelta, sólida y sosegada en un contraluz onírico.

A velocidad inversamente proporcional al latido de mi corazón acelerado y exultante, te acercabas a mí, mientras te contemplaba absorta y feliz, conmovida e incrédula, henchida de reverencia, evocación y amor; saturada de emociones, a punto de explotar.

Tu horizonte permanece en mis pupilas fresco, rojo y palpitante.

martes, 30 de septiembre de 2008

Ya va siendo hora


De dejar de fumar.
De escribir mejor.
De leer más.
De ignorar niñerías ajenas, tan ajenas.
De cumplir sueños.
De luchar por ellos, al menos.
De apuntarme al gimnasio por salud mental.
De quejarme sólo por lo que no depende de mí.
De no hacer tanto por quien merece tan poco.
De no hacer tan poco por quien merece tanto.
De saber quién soy.
De corregir errores.
De propiciar aciertos.
De hacer cosas sola, si no queda otra.
De no quedarme en casa por falta de compañía.
De dormir más la noche.
De vivir más el día.
De olvidarme de ti.

martes, 23 de septiembre de 2008

Yo nostalgio, tú nostalgias


Se me ocurre que vas a llegar distinta
no exactamente más linda
ni más fuerte
ni más dócil
ni más cauta
tan sólo que vas a llegar distinta
como si esta temporada de no verme
te hubiera sorprendido a vos también
quizá porque sabés
cómo te pienso y te enumero

después de todo la nostalgia existe
aunque no lloremos en los andenes fantasmales
ni sobre las almohadas de candor
ni bajo el cielo opaco

yo nostalgio
tú nostalgias
y cómo me revienta que él nostalgie

tu rostro es la vanguardia
tal vez llega primero
porque lo pinto en las paredes
con trazos invisibles y seguros

no olvides que tu rostro
me mira como pueblo
sonríe y rabia y canta
como pueblo
y eso te da una lumbre
inapagable

ahora no tengo dudas
vas a llegar distinta y con señales
con nuevas
con hondura
con franqueza

sé que voy a quererte sin preguntas
sé que vas a quererme sin respuestas

(Mario Benedetti)

Gracias, Iván, no sólo por el poema, sino ante todo, por la poesía.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Equinoccio autumnal

Llegó hace dos horas, indiscreto, como acostumbra. Triste, en mi opinión. Intempestivo, como le corresponde: precedido y acompañado de lluvia y gris, unas cuantas inundaciones y un atentado mortal de los asesinos de ETA.
Llegó en forma de equinoccio, quizá una de mis palabras preferidas, por su sonoridad entre lo místico, lo esdrújulo y lo arcaico.


Equitativo el equinoccio como corresponde a tan ecuánime nombre, hoy nos regala la maravilla excepcional de repartir a partes iguales día y noche: 12 horas para cada uno y que no discutan... Y que el agua no venga acompañada de truenos, relámpagos y vendavales, que amenazan unas ganas enormes de irrumpir en el festival de hojas caídas ya sobre las aceras.
Qué distinto este equinoccio en el hemisferio Sur: llega la primavera, celebrada por todo lo alto en Argentina y celebrada en todo lo alto de las copas de los árboles, que empiezan a vestirse de verde un año más.

Montevideo, Plaza de la Constitución.

A vosotros, australes hermanos, os crecen los días. A nosotros, los boreales de acá arriba, se nos encogen: 3 minutos por jornada a un lado y otro del Ecuador, donde ellos sí, disfrutan de la eterna primavera, quién pudiera.
Digamos, sin embargo, que tiene su encanto esta estación: en el orto lo tiene.
No, de verdad: la luz es única, los colores del campo despliegan una gama de naranjas, violetas, amarillos y rojos que, bailando en armonía con las nubes oscuras del cielo, dibujan paisajes de impresionismo pictórico exquisito. La lluvia se redescubre como placer que contemplar desde el otro lado del cristal, con un cacao calentito entre las manos, manta vieja alrededor y un rítmico tic-tic-tic de gotas que adormecen, que relajan, que entristecen en esa forma alegre de la tristeza nostálgica, serena.
Por lo demás, tiene el encanto en el orto (ahora, os toca reír). No: la cama es más paraíso que nunca en su mullida calidez protectora, donde sumergirse hasta las orejas, estiraaaaarse y disfrutar de las noches cada vez más largas.
Del encanto de tener que apagar el despertador cuando aún no ha amanecido, de los bajos de los pantalones calados, los catarros recalcitrantes y el viento helado... hablamos otro día. Hoy, demos la bienvenida al equinoccio, sea de otoño o primavera.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Monte VI De Este a Oeste

"Me gustaría que me dijeras cómo hace uno para saber cuál es su lugar. Supongo que me voy a dar cuenta cuando esté en un lugar y no me pueda ir. Supongo que es así", Un lugar en el mundo.


Tan esquiva es la felicidad como accesible. Más posible aún sentirse a medio camino entre el vacío y la plenitud. Sencillo desear una felicidad que se antoja lejana, pero no imposible. Oportuno saber dónde hallarla. Inevitable desearla. Valiente ir a por ella cuando se sabe dónde está.
Una nueva joya que añadir a mi escueto collar de cuentas escribió una vez: La experiencia diaria nos enseña que siempre hay un nuevo reto que sobrepasar y un nuevo sueño por cumplir. Muchas veces pasamos postergando la felicidad por situaciones que casualmente se vuelven permanentes y no nos permiten avanzar... las cosas solamente cambian con acciones y no mirándolas pasar desde la acera del frente.
Y en esas ando, mi urbe austral decadente. Buscándote para no perderte. Preparando la vuelta, algún día. Te escribo para contarte que te extraño a menudo. Para darte las gracias también por todo lo que gratuita e involuntariamente me has dado. Por el regalo de paisajes, pero ante todo, por tu paisanaje deslumbrante, que da color a un invierno de otro modo gris y anodino.
A ti te escribo, mi lugar en el mundo, arrullada por tu recuerdo, que se me hace tan reconfortante como nostálgico. A ti me dirijo, humilde y temblorosa, mirando de reojo hacia el suroeste, envuelta en el calor de las melodías que compuso uno de tus hijos ilustres, abrigada por el olor a salitre, milanesa y garrapiñadas que me acerca a ti. Achicando mentalmente agua del océano que nos separa. Asimilando aún la emoción de tanta calidez, tanta generosidad y tanta amabilidad humanas, acumuladas en tus edificios habaneros o lisboetas. Agradeciéndote una vez más –y las que hagan falta, infinitas- el renacimiento en mí de una fe en el ser humano que agonizaba, víctima de una enfermedad terminal.


Es sólo la primera, pero no será la única vez que te escribo. Porque el enamorado nunca se cansa de dedicar palabras de amor al objeto de sus suspiros. Y porque además, orgulloso y exhibicionista del tesoro que guarda, quiere darlo a conocer al mundo.
No es sencillo, sin embargo, dejar fluir las palabras –y menos elocuentes, y menos acertadas- en la primera carta que una dirige a su amor. El miedo a quedarse corta, a no poder manejar con precisión las palabras para que expresen toda la grandeza de lo sentido, provocan un bloqueo mental que se traduce en torpeza léxica acompañada del titubeo dactilar sobre el teclado, siempre tentado el índice de darle al botón y borrar el texto que, sin duda, no está a la altura del receptor.
Por eso y escudándome en la bendita intertextualidad, voy a apoyarme –sabrás disculparme, seguro- en las palabras de otro de tus hijos ilustres, para apuntarte directamente al corazón y hacer una declaración de intenciones en toda regla. Amada mía, esta es mi declaración de amor. Te recomiendo que la leas en voz alta, a eso del anochecer… mejor a la puesta de sol, junto al Parque Rodó, que empieza ahora a cuajarse de hojas, por fin. O de pie, cerca de la orilla, viendo los barcos pasar, en playa Ramírez. O desde el cerro, si tienes tiempo de tomar el ómnibus. Amada mía, esto es para ti:

No lo creo todavía
estás llegando a mi lado
y la noche es un puñado
de estrellas y de alegría

Palpo, gusto, escucho y veo
tu rostro, tu paso largo
tus manos y sin embargo
todavía no lo creo

Tu regreso tiene tanto
que ver contigo y conmigo
que por cábala lo digo
y por las dudas lo canto

Nadie nunca te reemplaza
y las cosas más triviales
se vuelven fundamentales
porque estás llegando a casa

Sin embargo todavía
dudo de esta buena suerte
porque el cielo de tenerte
me parece fantasía

Pero venís y es seguro
y venís con tu mirada
y por eso tu llegada
hace mágico el futuro

Y aunque no siempre he entendido
mis culpas y mis fracasos
en cambio sé que en tus brazos
el mundo tiene sentido


Y si beso la osadía
y el misterio de tus labios
no habrá dudas ni resabios
te querré más
todavía

(Mario Benedetti)

Un habitante de tu vecina orilla me diagnosticó el otro día un serio caso de "rioplatitis". Al poco, sus ojos reflejaron más desconcierto que estupor al comprobar que no había cambiado la hora de mi reloj, teniendo así que sumarle siempre cinco horas al entorno. Yo digo basta, querida mía: no es obsesión ni locura; no es un capricho pasajero ni ofuscación ni rebeldía. No busco en ti un escondite, no busco un lugar donde meter la cabeza bajo el ala. Es sólo amor. Guarden la camisa de fuerzas. Déjenme sentir así de intenso, aunque no alcancen a entenderme. Nunca fue fácil hacerlo. Ahora yo me entiendo, y eso me basta.

Busco el camino de regreso para volver a tu orilla. Será un regreso sin la frente marchita. Ahora sé -cuántas certezas nuevas y descubrimientos gracias a ti- que quiero habitarte como tú me habitas. También sé que es tarea difícil. Sé que tu descendencia te abandona en oleadas cada año, porque no encuentran en ti acomodo y que por eso, es mucho pedir solicitarte un huequecito para esta gashega de espíritu errante. Pero también sé -en ese equilibrio inestable que me mece entre la utopía y el pragmatismo- que no intentarlo es el camino más corto para no conseguirlo. Así que, resérvame un sitio, porque hasta que no me hayas cerrado la última puerta, siempre estaré preparada para volver.



Siempre tuya.

miércoles, 28 de mayo de 2008

Entre el placer y el llanto

Se marchitaba febrero, dando vía libre -aunque con baches- a una primavera incipiete que devolvía el tono dorado, al alba y en el ocaso, a las piedras de Salamanca -o "la ciudad de cuentos", tal como la había bautizado el hombre austral-.

La urbe capitalina, que en otro tiempo fue verdaderamente de la cultura, resucitaba sin precedentes, en medio de una capitalidad cultural europea que más bien parecía un homenaje patético y anacrónico a un pasado tan lejano como esplendoroso.

Aquella mañana, desperté en medio de un llanto a duras penas contenido en los últimos días. Un llanto que, ininterrumpido, se prolongaría hasta la madrugada, unas 20 horas después.

Pronto, el hombre austral se vio enjugando mis lágrimas con caricias y besos, mientras derramaba las suyas, calando de abatimiento y clausura las sábanas de una cama castigada por constantes ejercicios a dúo durante aquel segundo mes de 2002. La misma cama que antes de su llegada se me antojaba grande y que, con él dentro, pegado a mí -yo pegada a él-, resultaba vertiginosamente inmensa.

Tras varios intentos infructuosos, me rindo: no consigo recordar la mayoría de los minutos angustiosos que llenaron ese último día juntos. Demasiada tristeza, demasiadas lágrimas que negaban y tergiversaban una realidad percibida sólo en parte, en medio de una neblina acuosa.



Sí recuerdo, sin embargo, la más especial y azarosa de nuestras decenas de despedidas, que se producían regularmente, cada pocos minutos, como si despedirse varias veces asegurase un reencuentro en el futuro distante y ajeno.

No sé cómo llegamos de nuevo a la cama, después de comer frugalmente, olvidando el plato y concentrándonos en tocarnos con premura, en mirarnos a los ojos, en memorizar cada uno de los rasgos del otro -para cuando el océano nos separase-, que en fotografía nunca serían lo mismo. No sé a qué hora sucedió, ni si duró mucho o poco. Conociendo lo mucho que somatizo los estados de ánimo, creo que, en esa última ocasión, opté por dejarme querer, bajo su cuerpo frenético.

Únicamente sé con certeza que, por primera vez, lloré e hice el amor al mismo tiempo, repartiendo dolor psicológico y placer físico, gemidos e hipidos, a partes iguales. Nos abrazábamos como queriendo meter al uno en el cuerpo del otro, enterrarlo en el fondo y quedárselo siempre ahí. Nos besábamos como queriendo darnos todos los besos que no nos daríamos por tiempo indefinido (quizá ya nunca), mientras yo sorbía los mocos sin pudor y el hombre austral me lamía las lágrimas.

Olvidó en mi casa -diría que a propósito, como un souvenir cuyo significado sólo conocíamos él y yo- el botecito de desodorante: ese cuyo aroma me volvió loca y ya siempre vincularía sólo a él. Varias veces al día, agarraba -casi abrazaba, casi arrullaba- el botecito metálico con ambas manos, cerraba los ojos, acercaba el vaporizador a la nariz y, como una yonky de recuerdos, aspiraba larga y profundamente, para sentirle casi materialmente a mi lado.

Al cabo de unos días de ausencia, un fenómeno extraño y reconfortante -puede que algo preocupante-, comenzó a sucederse de manera arbitraria, imprevista, incontrolable: en cualquier lugar de la casa, a cualquier hora, cualquier día, y con el botecito bien resguardado en el fondo del cajón de la mesilla, ese mismo olor aparecía en un punto concreto de la estancia, como si en vez de gas fuera una masa sólida. Allí se detenía durante unos segundos -muchos o pocos, según la ocasión- permitiéndome introducirme en su núcleo, dando muy despacio vueltas sobre mi propio eje, regodeándome en la sensación de tocar al hombre austral, de estar tan dentro de él como intenté estarlo la última vez que, en llanto, hicimos el amor.

Mi conclusión: me estaba volviendo loca. Con todo, me decidí a contarle el suceso repetitivo a mi mejor amigo que, escéptico, se limitó a demostrar un asombro neutro que no delataba ni incredulidad ni anuencia.

Poco después, mi amigo fue una noche a cenar a casa, a charlar y, como casi siempre, a pasar el rato, sin más ambición que la de disfrutar de la mutua compañía cómplice. La primavera estaba ya en plena ebullición y la jornada había sido calurosa. Las piedras de Villamayor -las mismas que adquieren tonos aúreos al principio y al fin de los días- son sumamente termófilas, por lo que abrí la puerta del balcón para refrescar el pequeño apartamento, mientras él descansaba despatarrado en el sofá.

En mi disfrute de pasar largos ratos asomada a la calle, salí al balcón un instante y entonces, pasó de nuevo: entre la casa y la calle, junto a la ropa tendida, se sostenía en el aire esa masa de olor, el olor del hombre austral, que vivía, cada vez más débil, en el botecito de desodorante.

"¡Está aquí!, ¡está pasando otra vez!, ¡el olor! Joder, ¡el olor! Corre, ¡ven!", le grité entusiasmada, satisfecha por poder demostrar el fenómeno, temerosa por la posibilidad de confirmar mi desequilibrio, emocionada por sentirle de nuevo a nuestro lado. Como un muelle recién estrenado, mi amigo saltó del sofá y, tan juguetón como curioso, salió al balcón, donde, sin salir de su asombro, reconoció ese mismo aroma tras una larga aspiración. Era cierto... o el poder de sugestión es ilimitado o ambos estábamos locos. Qué más da.

El caso es que, desde entonces, me gusta vincular un olor con las personas queridas. Y si puedo rescatarlo en una pastilla de jabón, un desodorante o una marca de tabaco, lo atesoro y lo llevo conmigo para aspirarlo siempre que la nostalgia ataque. ¿A qué hueles tú?

lunes, 26 de mayo de 2008

Mapa de situación


Recomendaciones de uso: leer detenida, pausadamente, buscando el significado de cada palabra en cada frase, para hallar en él una parte -presente o pasada- de nuestras vidas...

Ayer pasó el pasado lentamente
con su vacilación definitiva,
sabiéndote infeliz y a la deriva,
con tus dudas selladas en la frente.
Ayer pasó el pasado por el puente
y se llevó tu libertad cautiva,
cambiando su silencio en carne viva
por tus leves alarmas de inocente.
Ayer pasó el pasado con su historia
y su deshilachada incertidumbre;
con su huella de espanto y de reproche
fue haciendo del dolor una costumbre,
sembrando de fracasos tu memoria
y dejándote a solas con la noche.

Ayer, de Mario Benedetti... O cómo los auténticos genios consiguen atrapar en unas cuantas frases los auténticos sentimientos, tan universales como mil veces vividos por todos y en todas partes, auténticamente.

Frase de la semana: "Piense lo que quiera, pero piénselo", Fernando Savater.

viernes, 23 de mayo de 2008

El color de la felicidad

Desde unas horas atrás, padecía una menstruación muy dolorosa que me había inflado como un globo hasta obligarme a comprar ese vestido negro por el que me desbordaban los pechos en la estación del tren de Málaga, donde descubrí que ya no me abrochaban los pantalones.
Llevaba varios meses sin sexo, años sin pareja ni expectativas de tenerla y acababa de terminar un curso académico especialmente duro en todos los sentidos.
Casi no tenía dinero para gastar y me agobiaba tanto local "de ambiente" -hasta la terraza lo era-.
Los primeros zapatos de tacón de mi vida, que estrenaba entonces, ya se habían convertido, caminando por la calle Larios, en una tan hermosa como sádica tortura medieval.


Sin embargo, desprendía belleza -toda la que puede desprender quien no ha sido bendecido con tan valorado don- y luz por todas partes. Mi piel estaba iluminada como por ese artista genial que logra que la pintura irradie luminosidad, iluminando la estancia destinada al cuadro. Ni una sola imperfección en un rostro tan saludable como marmóreo. El azul de mis ojos brillaba como en los mejores tiempos y el maquillaje era un adorno tan superficial como innecesario y superfluo, del que prescindir se había convertido en una sana costumbre tan arraigada, de la que ni siquiera era consciente.
Era, en definitiva, feliz. Gozaba de esa felicidad realista y real que aporta sosiego y paz. Que prescinde de lo grandilocuente, de los fuegos artificiales y de la búsqueda obsesiva -tan actual- de la magia y la constante fascinación, porque no las necesita.
Era esa felicidad que se regodea en lo nimio, en los pequeños detalles, en un paisaje hermoso, en un paseo agradable, en una conversación rica y pausada, en las carcajadas del humor blanco, en un cóctel bien preparado. La felicidad de quien no se disfraza para gustar, de quien no interpreta un papel para conquistar, de quien se siente bien consigo mismo, de quien no se parapeta bajo la extravagancia atractiva y bien estudiada, de quien no pierde frente al espejo más de 20 segundos, deja que el pelo se seque al viento adoptando la forma que quiera y no necesita desmaquillarse antes de irse a la cama, porque no necesita maquillarse.
La felicidad de quien no busca, de quien lo da todo sin esperar ni pedir nada a cambio y que, precisamente por ello y como debería ser siempre aunque no siempre sea, lo recibe todo. La felicidad de quien ha decidido con pleno convencimiento renunciar para siempre al roce íntimo si no hay sentimientos auténticos de por medio, sin desesperar en la espera, sin plantearse cuán larga será.

Me veo tan lejos hoy de esa felicidad, que siento vértigo sólo al pensar en la distancia que me separa de ella. En mi caso, el abatimiento se hace evidente: me vuelvo fea -todo lo fea que puede volverse quien no ha sido bendecida con el don de la belleza-.
Sentirme triste es surcar los ojos con enormes ojeras oscuras, trufar el rostro de granitos, rojeces, descamaciones y sequedades. Poblar los labios de pellejitos. Perder brillo en el pelo, ganar arrugas en torno a la boca, que se vuelven abismos en la horizontal de la frente. Sí: la tristeza me afea y la felicidad es mi mejor cosmético; el color de la felicidad es la luz en mi cara.
La misma luz que desprendía en la noche intempestiva del 22 de febrero, tan objetivamente cercano en el tiempo y tan lejano en sensaciones y sentimientos, mientras te esperaba -nerviosa, inquieta y adolescente- pegada a la pared, observando con detenimiento cada coche que pasaba y más aún, aquellos que se detenían en el punto donde habíamos quedado.

Hoy, fea y con el sueño cambiado -durmiendo de día, dormitando por las noches-, comiendo a duras penas e incapaz de concentrarme en nada durante más de tres minutos, me basta con no perderte del todo, con verte de vez en cuando, siempre que te parezca bien y no obstaculice tus planes. Quizá con la seguridad de no perderte del todo -de mantener al menos la amistad- y poder abrazarte de tanto en tanto, pueda recuperar una dosis del cosmético más barato y efectivo que conozco.

Frase del mes: "Las mujeres entienden el mundo mejor que los hombres; por eso lloran más", de la película Una extraña entre nosotros, donde citan un pasaje de la Kábala.

viernes, 25 de abril de 2008

Pasaporte a Dublín

Como Karina, años ha, cuando en el primer y genuino Operación Triunfo, luchaba al lado de otros dignos contrincantes por ser la representante española en la capital de Irlanda, que por aquel entonces era la anfitriona de Eurovisión, mañana meteré cuatro cosas en la maleta, casi casi literalmente, para embarcarme en un viaje de tres días a la que siempre será mi segunda casa: Dublín.

Sin embargo, una segunda casa a la que nunca regresaría para quedarme, pero a la que siempre querré volver para compartir con los que más quiero la belleza y la singularidad del lugar donde resucité, donde sufrí, aprendí, reí y lloré como pocas veces en mi vida.

Esta vez, me acompaña mi padre, ese hombre que en un año fue a verme cada dos meses con la maleta cargada de fruta, verdura y carne. Recuerdo que el solomillo de ternera era lo único que no resistía la cronología del trayecto, y siempre llegaba recién descongelado, así que, se convirtió en el ingrediente estrella de nuestra primera cena.

A mi madre, que sólo pudo ir unos días en Navidad, estuve siete meses sin verla. Me limitaba a hablar con ella por teléfono escasos minutos, cada vez que el presupuesto me lo permitía. Un día, en pleno ataque de nostalgia, les pedí a ambos que, a una hora determinada, acudieran a un banco determinado de una plaza determinada, unos dis mil kilómetros al el sur. La estrategia era que, a las once de la mañana (hora española), se acercaran a un banco de la Plaza Mayor de Salamanca, hacia donde por aquellos días, miraba una web cam puesta por nadie sabe quién. Así lo hicieron. Debía resultar extraño verme frente a un ordenador de un cibercafé dublinés rompiendo en un llanto que no cesaría hasta que, una vez en la calle, me dejé llevar por el viento, que me robó las amarguras y las añoranzas.


(Junto a mi amiga Halina, Ucraniana, en una de nuestras fiestas, al estilo de dos polizones, que se cuelan entre dublineses de clase alta como dos falsas VIP. Ella es uno de los mejores tesoros que conservo de la ciudad. Espero que pronto me haga esa visita que aún me debe. Hoy, con el pelo mucho más corto y las ideas mucho más claras, agradezco y valoro como se merecen aquellas noches en las que la compañía mutua nos llenaba por completo y bailábamos, reíamos, hablábamos y proyectábamos viajes futuros, prescindiendo de todos y de todo lo demás.)

Mañana vuelvo para disfrutar como turista lo que apenas sí pude conocer por la pura redundancia de quien, como habitante habitual, pasa por los lugares una y otra vez, pero sin poder saborearlos. Llegaremos ya para irnos a la cama. Y el domingo, madrugón, desayuno irlandés, calzado cómodo y a recorrer calles y lugares para siempre familiares: O'Connell Street (a la que a perpetuidad ya confundiré y permutaré el nombre con la madrileña O'Donnell), Grafton, Saint Stephen Green, Henry Street, Christchurch, el río Liffey junto a un café callejero...

Y una parada tan ritual como necesaria ante la escultura de Molly Malone, la mujer ficticia que, sin duda, más me ha marcado y a la que, en homenaje emocionado, rendiré mis lágrimas cuando ya de regreso en Salamanca, me tome media pinta a su salud en el pub que lleva su nombre.

Molly Malone, según cuentan, era vendedora ambulante de día y prostituta en las desapacibles noche dublinesas. Su vida fue, como su muerte -víctima de la fiebre amarilla- desgraciada, cruel y miserable. Nadie sabe si existió. Las versiones son tan variopintas como aquellos que las narran. Pero el símbolo de fortaleza y superación y de supervivencia ante la adversidad, me ayudó en mis peores días junto al tufo marino del Liffey. Por eso, os dejo su canción, quizá, la más popular de Dublín que, por cierto y como curiosidad, es cantada por un mendigo en los primeros instantantes de La naranja mecánica.



In Dublin's fair city,
Where girls are so pretty,
I first set my eyes on sweet Molly Malone,
As she pushed her wheelbarrow
Through streets broad and narrow,
Crying, "Cockles and mussels, alive, alive oh"!
Alive, alive oh! alive, alive oh!
Crying, "Cockles and mussels, alive, alive oh"!

Now she was a fishmonger,
And sure twas no wonder,
For so were her mother and father before,
And they each wheeled their barrow,
Through streets broad and narrow,
Crying, "Cockles and mussels, alive, alive oh"!

She died of a fever,
And no one could save her,
And that was the end of sweet Molly Malone.
Now her ghost wheels her barrow,
Through streets broad and narrow,
Crying, "Cockles and mussels, alive, alive oh"!


Prometo muchas fotos: imágenes y descripciones. Impresiones, anécdotas, recuerdos. Espero que las disfrutéis indirectamente tanto como yo lo voy a hacer. El martes que viene -avión mediante- nos vemos. Cuidaos mientras tanto y disfrutad de este clima ibérico sin precio, mientras yo me calo bajo la sempiterna lluvia, a seis grados, en la Isla Esmeralda. Sloan.

jueves, 24 de abril de 2008

Pingüinada

En mi Top 3 de animales predilectos ocupan la cumbre perros, koalas y pingüinos, no necesariamente en este orden. Posiblemente, los tres comparten una serie de características que se acoplan a mi personalidad y los hacen irresistibles para mí.
Representan la ternura, la calidez, la fidelidad, la protección.



Defiendo a ultranza la ternura sin complejos. El abrazo espontáneo, el beso auténtico y apasionado, el que puede darse (sin necesidad de lengua de por medio, aunque Dios bendiga los buenos besos lenguados), desde el corazón, tanto a un amigo, como a un amante, aunque el destino facial sea distinto, según el caso.

De mi madre, entre otras cosas que ya detallé el 27 de marzo, he heredado ese carácter sumamente físico que impone como necesidad abrazar y tocar a las personas más queridas. El tocamiento en sí, claro está, depende en sus formas de quién sea su destinatario. Y así debe ser, porque confundir los distintos amores con sus diferentes expresiones de afecto, conduce irremisiblemente al caos y el dolor. Desde el abrazo más sexual hasta el más inocente, creo que, si nos tocáramos más, seríamos más felices o menos desgraciados.

Pero me desvío, me desvío como siempre, llevada por el torbellino de pensamientos conexos e inconexos que, frenéticamente, revolotean por mi cabeza desde que empecé a tener conciencia del mundo que me rodea.

En definitiva, reivindico la ternura en su forma más pura e inocente. La ternura como terapia, como medicina, como combustible y motivación. La ternura como apoyo, como demostración de afecto, como cura y anestesia. La ternura sincera, desinteresada y gratuita. La que no busca recompensa, la que ni siquiera busca reciprocidad.

Volviendo al principio, encuentro esa ternura que busco y doy a malsalva en estos tres animales: perros, koalas y pingüinos, y quizá por eso los quiero tanto. En octubre, tuve la excepcional y milagrosa oportunidad de disfrutar una semana de vacaciones. Hacía tres años que había olvidado el significado del término. Primero Dublín y después dos años suicidas de carrera con una media del doble de asignaturas más que el resto de alumnos por año, me habían retirado del descanso y el sosiego. Así que, avisé en el periódico: me voy siete días. Y debí decirlo tan contundetemente, que nadie chistó. Otro milagro, dadas mis circunstancias laborales.

Así que, con un examen de convalidación de la carrera pendiente, mi padre y yo metimos cuatro cosas en la maleta, nos embarcamos en un avión y aterrizamos en Tenerife, dispuestos a triscar por los montes cosa mala, pero también a despatarrarnos en la playa, a la sombra del padre Teide.

Y una, que adora hacer eso que llama "turistadas" con los mismos complejos con los que vive la ternura -es decir, sin complejos- se empeñó en que no podíamos prescindir del "Loro Parque". Lógicamente, mi padre puso el grito en el cielo, pensando que aquello no era más que un amasijo de animales en cautividad y se negó en redondo. Pero quién se puede negar, después de que durante varios días le sobeteen la orejilla, narrándole las excelencias del mejor, más grande y completo pingüinario del mundo? Conclusión y resumen: para el Loro Parque fuimos. Por supuesto y para completar la turistada, en trenecito urbano, de esos que dan grima y vergüenza ajena. El mismo.

Cuatro veces, creo, como mínimo. Cuatro veces en el mismo día fuimos al pingüinario, alternando las visitas recurrentes con orcas, delfines, loros, monos y aves de todo pelaje. Cuatro veces y más, si por mí hubiera sido. Pingüinos de todo tipo y tamaño. Pingüinos adultos y jóvenes, pingüinos incubando huevos en poses hieráticas de elegancia sin parangón. Pingüinos paseando, saltando, rebotando de roca en roca, pingüinos nadando a la velocidad del viento, pingüinos charlando amigablemente, pingüinos reflexivos, pingüinos juguetones... Todo, en varios ambientes recreando a la perfección su hábitat natural. Incluso había una inmensa sala en la que un GPS reproducía las condiciones climáticas y cronológicas de la Antártida a tiempo real: nieve, viento, atardecer. Que sí, que mola más verlos en libertad y que es una putada, pero cuando un bicho es capaz de reproducirse con naturalidad en cautividad, mal no está. Y que resulta que una no tiene dinero para irse a la Antártida. Así que, eso.

Todo tan tierno, tan natural, tan auténtico, que hubo quien hizo tentativa de sacarme de allí a la fuerza. Y lo mejor: mi padre, contagiado de tanta belleza y tanta verdad (cautividad mediante), salió tan feliz, que me dijo: "Menos mal que me convenciste para venir; esto es una maravilla".

Lo dicho, señores, sin complejos. Al pan, pan.
Y al pingüino, güino.



Frase del día, con suculenta moraleja: "Los pingüinos no vuelan, porque se les olvidó que pueden hacerlo" ... A nosotros, con frecuencia, también. (gracias, María).

martes, 22 de abril de 2008

Yo soy una gringa puta de mierda

Esta noche, me apetecía fumarme el último del día leyendo blogs amigos, ajenos y revisando el propio, porque eso de encontrar un comentario nuevo -aunque hoy no haya habido suerte- es como (era) la mañana de Reyes.

Pasada revista a todo, entré en el correo, más que nada para comprobar si me habían mandado algo del periódico, donde acostumbran a ser intempestivos y a carecer de la más elemental empatía. Borrada la publicidad, señaladas con una estrella las alertas de Google para leer en otro momento y confirmado que un amigo se había acordado de mi cumpleaños tarde, pero que se había acordado, encontré uno de esos a menudo molestos avisos de Facebook: "Fulanito se ha hecho budista", "Menganito te ha mandado un regalo"... En este caso, viniendo de la persona que venía, la molestia era muy improbable. Era un mensaje de mi amiga María, lo que requería retrasar el descanso y leerlo, porque ella lo merece y se lo ha ganado tan a pulso, que cualquier agradecimiento sería insuficiente.

Se trataba de un vídeo magistral, tal sarcástico y tristemente cómico, que se me hacía obligatorio buscarlo en YouTube para compartirlo con vosotros. Instintivamente, tecleé las palabras "lección español gringas" y salió a la primera.

Por favor, insisto en que, los que nos disfrutéis de una buena conexión o veais esta entrada con poco tiempo, encontreis el momento para visionarlo. Son apenas dos minutos cargados de mensaje y humor ácido. ¿Qué más se puede pedir, cuando entre risas, uno puede reflexionar y aprender?

Ahí está:



María, mi amiga de relativamente reciente adquisición, que espero tan duradera como los días que pueda contar, vive desde hace cuatro meses en Montevideo (Uruguay). Por suerte, hoy no hace falta viajar a miles de kilómetros para conocer a quienes tienen lejos su hogar. Estamos rodeados de ellos. Algunos son unos solemnes hijos de puta a los que habría que deportar sin contemplaciones. Otros, la mayoría, son personas abnegadas, sin más ánimo que trabajar duro y labrarse un futuro digno y más o menos satisfactorio. Bien, si comparamos el número de hijos de puta con el de personas honradas, la desproporción en favor de los segundos es tan brutal como esclarecedora.

Yo misma, emigrante privilegiada que podía retornar en cuanto quisiera con sólo una llamada de teléfono, sufrí la xenofobia en Irlanda. Además, padecí el peso de los tópicos absurdos. A mí, una venerable ancianda irlandesa me robó en Dublín los 80 euros que había destinado a la compra de una bicicleta. Yo misma conocí a españoles en Dublín que, aprovechando la candidez nacional de no poner alarma a casi ningún producto, robaban a espuertas cantidades ingentes de ropa. ¿Sería justo que los irlandeses etiquetaran al conjunto de españoles como ladrones de mierda por ello? ¿Sería justo que lo pensara yo de ellos? La respuesta es obvia.

Gracias, María, por el vídeo. Aprovechando la coyuntura, me gustaría que nos contaras, a grandes rasgos, cómo son los uruguayos, sin tópicos. Porque eso también es cierto, hay características que, más o menos, definen la forma de vida y la idiosincrasia de un pueblo. Ser consciente de ellas y de los muchos matices que distinguen a unos de otros, es fundamental para el entendimiento mutuo.

Mi pequeña familia, os deseo un día fructífero y os mando un beso allá donde estéis.

Frase del mes: "Lo que se sabe sentir, se sabe decir", Miguel de Cervantes.

domingo, 20 de abril de 2008

Ella sí que sabe

Vídeo largo como un día sin pan, pero merece la pena verlo.



Algún día tenía que caer en la tentación de dejaros la letra de una canción. ¿Recordais que escribí sobre ello? Bien, hoy tengo motivos para hacerlo. Sin más que tristeza y desorientación, sin más que decir, sin más objetivo que esperar a la noche para dormir y sumergirme en la inconsciencia feliz de la fase REM. Porque "hoy el mundo se ha parao en la hora que no era".

Hoy el mundo ha dao una vuelta
pero nadie me ha avisao
hoy el tiempo me ha pillao
con un lío en la cabeza.
Tirao en la cama
con ganas de nada
hoy el tiempo se ha parao
en la hora que no era
.

Hoy el mundo ha dao una vuelta
pero no me ha preguntao

hoy estoy desafinao
hoy estoy de calavera.
Y el alma partida
la pena encendida
en la acera me he sentao
a esperar la primavera...


Primavera que no llega...

Hoy el mundo ha dao otra vuelta
pero no me ha despertao
hoy me levanté girao
hoy me levanté de vuelta.
De capa caida
peleao con la vida

hoy no estoy pa nadie
hoy estoy de vuelta

De vuelta de todo
de vuelta de nada
de vuelta y vuelta
tan joven y de vuelta...

Esta madrugada, a eso de las cuatro, yo también me senté en la acera a esperar la primavera. Me sentía incapaz de entrar en casa, porque ese no era el lugar donde debía estar en ese moomento. Porque ese no era el lugar donde quería nii donde tenía previsto estar a esa hora. Porque no quería dormir sola: no me correspondía. Así que, después de esperar durante muchos minutos que los faros del coche negro regresaran a mi calle para llevarme al lugar donde sí quería y debía estar, después de esperar minutos y minutos a que llegara la primavera, entré en casa con más frío por dentro que por fuera.

Besos mil, pequeños y pequeñas, desde las brumas del dolor.

jueves, 17 de abril de 2008

El 17... 27

Lo dicho, uno más, sin más. Nada cambia, aunque la justicia universal, esa que suele pasarme al lado, pero nunca llega a rozarme, me ha regalado hoy, y hace sólo un par de horas, un pequeño milagro que daba por imposible: ¡he hablado con Espinete!

Aunque más que un milagro, se puede considerar la recompensa a un esfuerzo de investigación y vehemencia. Mi trabajo me recuerda cada vez más al espionaje y cada vez menos al periodismo.

Pues sí, he hablado por teléfono con una emocionada y emotiva Chelo Vivares, la actriz que cada tarde se metía en el disfraz de Espinete y en nuestras casas, junto al bocata de nocilla, durante parte de nuestra infancia.

En fin, nada más por ahora: que hoy cumplo 27. Se agradecen felicitaciones de esas que hacen resurgir el ego, ibuprofenos varios, cariñitos sinceros y caldo de gallina para mi maltrecho pulmonamen, que más parece el de una anciana que el de una jovenzuela con los 30 como horizonte a medio plazo.

Besos mil, pequeños míos.

martes, 8 de abril de 2008

Hoy trabajas tú

Harta de mi verborrea y aplicando la más elemental empatía, he comprendido que escribo demasiado y demasiado poco con verdadera sustancia. Leo blogs de otros donde, en la mitad de líneas que yo, cuentan infinitamente más y mejor. Así que, en mi ánimo constante de aprender de los demás, hoy os cedo la patata caliente y os propongo un reto que espero tenga más éxito que los que lanzaba en mi fenecido Fotolog.

El encargo es así de sencillo: os pido que en unas líneas (5, 10) escribáis un relato, una reflexión, lo que os apetezca, a partir de la frase que a continuación os propongo. El único requisito ineludible es introducir la frase literalmente en el texto, sin cambiarle una coma: al principio, al final, en medio... Eso lo dejo a vuestra elección. Sois libres de hacer lo que el cuerpo os pida. El que desee extenderse más de las líneas recomendadas, tanto mejor. Os sugiero que sea pura ficción, porque creo que resulta un poquito más difícil escribir sobre lo que nos es ajeno y a veces, altamente terapeútico. Sin más, veamos mi poder de convocatoria. Aquí tenéis la frase:

"Te voy a dar un consejo: cómprate camisas nuevas. Yo te compraba las más feas que encontraba para que ninguna mujer se fijara en ti".

Diálogo absurdo de la semana: "¿Qué hora es? Chamartín".

jueves, 3 de abril de 2008

De anuncios y risas

Parafraseando la canción, "words don't come easy to me", aunque en mi caso, decir algo así y poneros los pelos como escarpias, debe ser todo uno, teniendo en cuenta mi incontinencia verbal. Y como las palabras no acuden a mí fácilmente, dado mi encerramiento de cuatro días de exceso de sueño por culpa de unas anginas como melones, he tomado la determinación de alegraros vista y alma con un anuncio y así de paso, probar eso del "embed" y de colgar vídeos, que se me representa hoy como un gran reto.

Así que, risas para quienes las necesiten y para los demás, porque reír nunca viene mal y en estos días locos de cambio de estación, menos. Veamos qué sale y si me libro de la que los expertos llaman "línea fantasma" del embed (si los del Instituto Cervantes me leyeran... sería la leche).



Oyoyoyyy... Pues la cosa ha salido bien a la primera -la suerte del principiante, imagino- y yo tengo muchos anuncios que mostrar y muchas risas que despertar, por lo tanto, proclamaremos oficialmente -y pasando de la ONU, ¡menuda novedad!- el 3 de abril Día Internacional de los Anuncios Cachondos que nos Alegran la Vida aunque no Compremos ni un sólo Producto del Anunciante, pero qué Majo que Es.

Cuando se trata de animales, casi no hay recurso más efectivo para la carcajada, sobre todo, si los humanizamos un poco. He aquí dos ilustrativos ejemplos de ello (San Embed Bendito, vela por nosotros, no nos faltes nunca, Amén):



Y si ya puestos, añadimos en off a una chicuela francesa que habla como Amèlie, el despiporre queda garantizado:



El sexo, tan presente -consciente o inconscientemente en nuestras vidas- como el aire que llena nuestros pulmoncillos; otro gran recurso para la sátira burlesca de los tópicos más manidos y añoñados por las omnipresentes comedias románticas -frase célebre: "La ñoñez es un pene edulcorado", Mr. Ferdinand-:



Aquí tienen ustedes el mismo proceso, pero con distinto fin, porque todo empieza y todo acaba, pero pocas veces sabemos de qué manera:



Aquí comienza lo bueno y mi campo de batalla -uno de tantos- cotidiano. Ahí, ahí, por la belleza real y el amor desprejuiciado. I believe in miracles...:



Como colofón, no vaya a ser que el embed se ponga en mi contra y todo esto se desparrame, el vídeo de un anuncio que, como todos, busca un target determinado y lo consigue, pero que cuanto menos, transmite un mensaje menos malsano que otros que persiguen y consiguen lo mismo. Por la belleza real, aunque haya mujeres auténticamente bellas y reales:



Besos muchos y alegría, toda la que se pueda. I believe in miracles.

lunes, 31 de marzo de 2008

Lunes de Aguas: putas y hornazo

Es una de esas festividades tan únicas como absurdas y anacrónicas, que se siguen celebrando porque la juerga es siempre bienvenida. Pero se celebra aún porque a nadie le amarga pasar la tarde del lunes en el campo a base de vino, comida contundente, partidillos de fútbol y cartas.
Lunes de Aguas: dos domingos después del fin de Semana Santa. Como la inspiración no me acompaña, pero las ganas sí, os explicaré el porqué de una festividad que sólo se celebra en Salamanca (básicamente, plagiando la Wikipedia, que recuerda siglos y reyes mucho mejor que yo; de modo que, quien desee ahorrarse la espesura con la que hoy escribo, puede acudir a ella):

Al parecer y aunque la leyenda contada así no se sostiene por ningún lado, fue en torno al siglo XVI cuando Felipe II publicó unas ordenanzas por las que las prostitutas que ocupaban la Casa de la Mancebía debían ser trasladadas justo antes del inicio de la Cuaresma -a partir del Miércoles de Ceniza- fuera de la ciudad, es decir, al otro lado del río Tormes, con el fin de evitar tentaciones a los salmantinos, quienes, en esa época de recogimiento y preparación para la Pascua, debían rehuir el pecado -la lujuria y el adulterio en este caso- más que nunca.
Así que, siguiendo el mandato del rey, las prostitutas eran trasladadas en barca -primer patinazo que me rechina de la leyenda, dado que Salamanca contaba con un espléndido puente romano que habría facilitado el traslado y ahorrado tiempo, pero en fin, sucumbamos al romanticismo historiográfico- hasta la otra ribera.

De esta forma, las meretrices permanecían custodiadas fuera de la urbe por un cura -conocido popularmente como Padre Putas; segundo rechine, teniendo en cuenta el acojone general de la época con la Sacrosanta Iglesia Católica- hasta el primer lunes después del Lunes de Pascua, fecha en la que, en medio de una gran fiesta, se las devolvía a Salamanca en las mismas barcas, pero esta vez, adornadas con primor. Cuentan que los estudiantes de la universidad acompañaban la celebración con bebidas, bailes y hornazo: volvía la carne y tras una Semana Santa triste y silente, volvían el bullicio y la vida.
Son contados los años en los que he salido al campo para celebrar el Lunes de Aguas, aunque más escasos todavía los Lunes de Aguas en los que he comido hornazo. Sin embargo y en la distancia, lo echo de menos. ¿Para cuándo una Paloma o un San Isidro en condiciones?

Frase del día: "Come, hija, que hoy has empujado mucha leña".

jueves, 27 de marzo de 2008

60 soles en mi amanecer

Hoy cumples 60 y sólo desearía que fueran menos para poder disfrutarte más. Me quieres, me conoces y me comprendes como nadie, aunque te esconda alguna de mis tribulaciones, por aquello de las mentiras piadosas.
Creo haber heredado tu inteligencia y tu instinto, además de las migrañas, los gestos torcidos de otras mujeres cuando nos observan (misterio que nunca resolveremos) y una timidez enfermiza que tú ya, con el paso de los años, has aprendido a superar. Heredé de tu padre el color de los ojos que ningún hijo o nieto consiguió heredar.
Heredé tu pensamiento libre, tu tendencia a no prejuzgar -aunque haya momentos de debilidad-, tu fortaleza, tu curiosidad por todo, tu vehemencia, tu sentido de la justicia, tu empatía perpetua, tu forma desmedida de amar y entregarte, tu cabezonería sin par, tu aceptación -sin embargo- de los errores cometidos sin pudor, tu afán por aprender de todo y de todos, el cologismo no radical como forma permanente de vida, tu ensoñación lúcida y la fascinación por un cielo nocturno despejado y plagado de estrellas, en busca de Kasiopea, Orión y satélites, con la ilusión infantil de no identificar alguno de ellos y saber que no estamos solos.
Eres una castellana de libro y al mismo tiempo, la mujer más cosmopolita que he conocido. Pocas cosas te sorprenden y si algo te escandaliza, es síntoma de que seguro hay motivos para ello.
La gente acude a ti, como a papá, para contarte cosas que nunca contaría a otros, o para contártelas antes que a nadie. Porque aunque pocos saben el tesoro que se halla en ti, quienes lo saben, lo aprencian en su medida, que es casi desmedida.
Estás en tu "año jubilar" y cuentas los meses que restan hacia la libertad soñada; apenas tres. Entonces, quizá hagas ese curso postergado de masajes, quizá (lo deseo con todas mis fuerzas) viajes con papá a Perú, para compensar aquella luna de miel en la que no teníais un duro. Sé que sacarás jugo a cada minuto de tu jubilación, superando incluso los sinsabores de un hijo enfermo mental que has sabido hacer compatible con los momentos plenos.
Cuando salimos a fumar el último del día en el balcón y para superar el recio invierno salmantino bailamos como pingüinos cantando nuestra canción -güino, güino, pin, pin-... o movemos las caderas como péndulos, chocando las tuyas con las mías y haciendo el ganso... o cantamos a voz en grito... cuando iniciamos nuestro torneo de pedos y morimos de risa... cuando bailamos un tango mientras se cocinan los mejillones en salsa picante en la Thermomix... cuando topamos cabeza con cabeza como cabras locas en el pasillo o yo te empujo todo el corredor adelante mientras dejas el peso muerto hasta el cuarto de baño... cuando hacemos todas esas cosas que sólo yo puedo hacer contigo y sólo tú puedes hacer conmigo... Siento un escalofrío helado al pensar en el día que ya no estés y tenga que reprimir todo ese yo, que es mucho, y desaparezca para siempre todo ese tú, que es muchísimo.
Juntas, hacemos magistralmente el payaso, y mantenemos las conversaciones más intensas. Juntas, hablamos de todo y de nada con la naturalidad inusitada que nunca conocí. Juntas, hemos llorado hasta la extenuación y hemos reído hasta mojarnos los pantalones.
Aguántame por lo menos 60 años más para poder hacer juntas lo que hace de tú y yo la simbiosis más perfecta que nunca imaginamos. Aguántame mucho, mamá, que te necesito.

miércoles, 26 de marzo de 2008

Hoy, premio para quien lea hasta el final

Creo que sé el porqué. Mi teoría: la gente se lía a trascribir canciones y poemas en sus respectivas 2.0 para:

1.- Expresar con las palabras de otros sentimientos propios.

2.- Fulminar una de las perores sensaciones humanas: la impotencia, en este caso, por no ser capaces de encontrar en el lenguaje lo que el corazón nos dicta y que sin embargo, necesitamos expulsar para el vital desahogo.

Dicen que toda teoría tiene sus excepciones, que son precisamente las que la hacen fuerte y la confirman -aunque demasiadas excepciones a veces son un grito en contra de ciertas teorías y al mismo tiempo, conforman una nueva y antitética de la primera-.

Esta es, pues, mi excepción. Pretendo escribir con la mayor habitualidad posible en el blog porque creo que me hace bien, extrañamente. Para qué darle más vueltas a lo bueno, con lo raro e infrecuente que es. Sin embargo, embotada con un encargo profesional enjundioso y cachondísimo visto desde fuera, hoy, como otros muchos días, tengo el cerebro seco y al tiempo, bullendo de actividad neuronal y de cosas por decir. No está seco entonces; está sólo agotado. Deseando regodearse en el dolce far niente por unas horas; tiempo muerto.

Pero, en homenaje sin pretensiones a mi padre, no quiero dejarme vencer por la desidia. Y estoy de acuerdo con eso de que el hábito crea la acción, aunque me temo que es algo que:

1.- Acabo de inventarme...

2.- Está pésimamente expresado...

3.- 1 y 2 son correctas.

De forma que, si no hay ánimo para inventar, usaré los inventos de otros, tratando de que sean enriquecedores y positivos. Reflexión de última hora: ¿Habéis reparado, pequeños míos, en que "positivo" y sus derivados, más "energía" y sus ídems (a veces combinados incluso), son términos de rabiosa moda?

Pero claro, una se debate entre la bonita letra de una bonita canción, porque quiere cuidaros y dejaros energía positiva -¡toma ya!-, o un bonito poema o la bonita introducción de una bonita novela... Y resulta que como tengo media vida material y espiritual en Salamanca -¿para cuándo una oportunidad, Madrid?-, mis canciones, novelas, poemas (casi todos) están allí. Y ponerse a buscar en Google así, al tuntun, da un poco de grima... Y más aún a las tres menos veinte de la madrugada, que se dice bien... Y eso que tengo que llamar mañana a Alaska (no a la cantante, ¡al Estado!).

Pues bien, por estas y otras razones, pequeños míos, me arriesgo y cojo el libro que tengo encima de mi mesilla para trascribir losprimeros párrafos merecedores que encuentre de mis intenciones. Habrá que seleccionar, porque el tocho en cuestión tiene mucho contenido político y hoy no estoy para mandangas. Tengo suerte: todo el ensayo autobiográfico se divide en capítulos que se alternan bajo sólo dos títulos: Guerra - Amor - Guerra - Amor... Éxtractos sueltos, inconexos, a ver si consigo (en los que alberguéis algún prejuicio hacia esta obra, cosa que no sé si ocurre, aunque sería muy probable) despertar en vosotros las ansias de leer los que faltan.

Deduciréis que la truñez política se concentra en la guerra, así que esa parte, por hoy, descartada (sólo por hoy y sí: es una amenaza). Me quedo con las ganas de dejaros con la duda y que tratéis de adivinar título y autor, pero como estrategia, está ya muy manida, así que, solución, al final del párrafo. Vamos allá (coño, la niña, para no tener nada que decir, se ha comido solita una docenade párrafos):

- Los hombres que no han conseguido penetrar en el conocimiento de una mujer templada de apariencia insondable y sin aspavientos exhibicionistas se han perdido la degustación de la parte más civilizada y menos zoológica de la vida.

- Afortunadamente, los enemigos jamás se percataron de la dicha que rodeaba mi vida; igualmente como en la actualidad, me creían resentido y trastornado. De lo contrario, hubiera tenido todas las bazas para no estar hoy entre ustedes. Tengo comprobado que nada exaspera tanto a los mezquinos como la felicidad ajena.

- No puedo remediar que me invada un sentimiento de compasión hacia ese infortunado colega que trabaja sin público, mientras yo me desperezo en la cama encandilado por el strip-tease inverso de Dolors vistiéndose. [...] Estos pensamientos me vienen a la cabeza en la cama, donde resulta muy cómodo reflexionar sobre los demás. Y mucho más todavía hacerlo zambullido en la agradable incandescencia que Dolors ocupaba hace unos instantes, y a la que rápidamente asalto porque me parece irradiar aún un halo de su persona. A este respecto, siempre me planteo la misma cuestión científica o metafísica: ¿por qué será más agradable su calor que el mío?

- La destreza de mi mujer, realizando perfectamente varias tareas a la vez, me tenía encandilado, hasta que llegué a comprender que Dolors era una aspirante a yiddishe mame. Este nombre se aplicaba en Polonia a las mujeres judías que eran capaces de hacer siete cosas al mismo tiempo. Naturalmente, la yiddishe mame era la cota más máxima, pero también había las de seis, cinco o cuatro cosas simultáneas, que gozaban de muy alta consideración. La fama de tan formidable habilidad corría por el pueblo o barrio donde habitaba la prodigiosa mujer, como el más prestigioso currículo femenino.
Todavía no soy capaz de precisar el número de asuntos distintos que puede resolver Dolors en un tiempo récord; creo que está entre cinco y seis. Pero lo más admirable de la proeza es que ella los ventila sin precipitación alguna, con esa serenidad que la caracteriza y que seguramente es la clave del acierto en cada cosa.
Prepara una paella, atiende una gestión al teléfono con el inalámbrico apoyado en el hombro, en la otra encimera está elaborando el segundo plato, me da instrucciones gestuales para que vaya a comprar el pan, dispone la mesa y los cubiertos para dos invitados y pone unos troncos en la chimenea a fin de avivar el fuego. Suman seis, y todo en escasos minutos. Es un cuadro espectacular al cual estoy acostubrado, pero los invitados, si aparecen antes de la hora, quedan asombrados. Y la sorpresa no es sólo por la demostración múltiple, sino por el éxito gastronómico y la tertulia posterior que ella suavemente conduce, sin que nadie repare en ello. [...]
En tales casos, la admiración de los demás ante Dolors me causa mayor satisfacción que cualquier éxito de mi actividad artística. A menudo, me mueve un excéntrico impulso de exhibirla al mundo para la que la conozca y la aplauda, pero entiendo que esto forma parte de mi deformación profesional. Para una personalidad tan especialmente discreta como la suya, la exhibición significaría un panorama terrorífico.

Título: Adiós, Cataluña. Crónica de amor y de guerra. Autor: Albert Boadella.

Ale, a palo seco: sin links, fotos ni vídeos.

Frase del mes: "No empujes mucho esta noche, hijo... De leña, quiero decir".

lunes, 24 de marzo de 2008

Drogas duras, por cuatro duros

Sudores fríos, taquicardia, terror, voces ajenas inexistentes aporreándome el cerebro, susurros incontrolables autogenerados por el caos neuronal, visiones abstractas de neón recorriendo atrozmente rápido el vacío oscuro de mi habitación. Enciendo la luz, la vuelvo a apagar, enciendo la radio, la vuelvo a apagar. No sé muy bien qué pienso, no sé si pienso o si lo que pienso tiene algún sentido. Pasan los minutos, uno detrás de otro, despacio, exaperantemente despacio. 1, 2, 3, 4, 5...

Las dos y media, las tres menos veinticinco, las cuatro menos diez. Me levanto, me mareo, me siento, me acurruco sobre el edredón y me vuelvo a tumbar. Enciendo la luz, la vuelvo a apagar. Enciendo la radio, la vuelvo a apagar. Voces masculinas, femeninas, ajenas, desconocidas, opresoras, neútras, híbridas. Siento calor y siento frío. Necesito un abrazo tan fuerte como mi pavor nocturno.

Me siento encerrada en el dormitorio y me da miedo salir, al mismo tiempo que ansío hacer cualquier cosa, pero fuera. Las cuatro y dos, las cuatro y tres, las cuatro y diez. Enciendo la radio y la luz. Las vuelvo a apagar. Me levanto, doy dos pasos y me mareo. Dudo si me he caído sobre la cama o si me he dajado caer. Abrázame, extraño. Que me abrace quien sea.

Empiezo a sentir miedo de mí misma, sumado al pavor de esta realidad onírica trágica e inédita, que me atrapa en la habitación. Temo hacer cualquier salvajada. Estoy cada vez más fuera de mí. Y de pronto me siento como el protagonista de Trainspotting cuando le encierran en el dormitorio para pasar el mono. Y no quiero ser él, pero lo soy.

He probado la cocaína media docena de veces; quizá menos. He fumado una veintena de porros en mi vida, quizá menos. Depresión unida a otras barbaridades que lucho por no repetir. Decidí prescindir de las drogas y lo conseguí, exceptuando la nicotina, con la que me enfrento cada vez con mayor frecuencia y más ganas.



Gané definitivamente la batalla del esconder la cabeza bajo el ala de los psicotrópicos mientras los problemas siguen ahí, inalterables, pero ocultos en la neblina del colocón. Me molesta que se fume un porro a mi lado porque no quiero que me afecte lo más mínimo. Gané la batalla hasta que el médico me recetó Trankimazín contra mi insomnio recalcitrante, nacido en alguna noche adolescente de angustia, más o menos, a los doce años... y comenzó otra.

Es el camino fácil: ya verás cómo duermes con esto. Y sí, a partir de la segunda noche, no recuerdo sesiones de sueño tan plácidas y reponedoras. No quedaba en mi memoria ninguna noche de descanso absoluto y despertar tan fresco. Pero el precio a pagar a cambio es muy elevado. Anoche, en vista de que era tarde y debía despertar a las seis de la madrugada, decidí prescindir del Trankimazín. Al fin y al cabo, mi padre ya ha dado su última palabra: ni una caja más; cuando se acabe, se acabó. Así que, es mejor irlo dejando cuanto antes.

Y como una yonki, pasé mi síndrome de abstinencia más brutal, sólo comparable en parte a la primera noche que pasas después de que él o ella te haya dejado, pero con alucinaciones incluidas. Es el camino fácil, el más frecuentado últimamente en todas partes. ¿Quieres sueño? Pues vas a dormir. Para eso, oiga, no me pierda usted 10 años de su vida estudiando medicina. Para eso, me diga que me fume un porro (droga ilegal) o que me da usted una pastillita mágica (legal) de venta en farmacias y habitual en toda casa occidental que se precie, que en fondo, cierto, es lo que se limita a hacer. Porque en este mundo imbecil que hemos construido y fomantamos, la maltrecha salud mental no entra en el seguro médico, pero si quieres, te hacen una limpieza dental gratis cada año. Porque estamos como cabras y no hacen nada por ubicarnos, sino que se limitan a poner parches al dolor, al desasosiego o la incertiudumbre recetándonos drogas baratas de comercio legal.

En un par de horas, me enfrentaré a la caja, donde quedan unas 8 pastillas. Una disyuntiva más en mi cotidiano, como si hubiera pocas. Y tendré que elegir entre la abstinencia y sus consecuencias, tomar sólo media para ir dejándolo poco a poco o esonderme unas horas en los brazos de Morfeo de todo lo feo (rima facilona, discúlpenme). Espero optar por la mitad de la dosis, un chute moderado. Pero no confío en absoluto en mi voluntad. Y si opto por la valentía atolondrada y me meto en la cama a palo seco, seguramente necesite un abrazo y sude y oiga cosas y vea cosas. Y seguramente quiera llorar y no pueda. Y seguramente quiera caminar y no pueda. Y seguramente un abrazo bastaría, pero no hay.

lunes, 17 de marzo de 2008

Estar, estoy...

...Cociendo patatas en estos momentos, concretamente, mientras un programa de truculencias repta por la escalera de cristal hasta mi escritorio. cociendo por cocer y porque hay que comer y seguir un cierto horario.

Ganas, nulas. Sólo de arroparme en sus brazos, de dormir, de regodearme en el sonido del teclado y dejarme arrastrar por el sopor taciturno. Porque no es justo. Porque en mi trabajo sin contrato ni horarios ni seguridad de ninguna clase no te tratan, te maltratan a su antojo.

Verbigracia: el jueves te encargo con carácter de urgencia máxima (alerta Braga) que entrevistes a un señor y a su hijo, consigas convencerles de que se disfracen de mamarrachos y fotos de alta resolución. ¿Para cuándo? Para ya. Viernes a primera hora. Mañana.

Entonces, te acojonas y te hundes y piensas que más te habría valido estudiar turismo o arte dramático que, total, también te ibas a morir de hambre, pero con gusto. Y te convences de que no sirves para esto, de que un periodista es cualqueir cosa menos tú misma. Pero superas la angustia y te pones en marcha: ordenador, teléfono, ordenador, teléfono...

Hasta que tu jefe -psicópata, ególatra y carente de empatía- te dice que te lo tomes con calma porque el asunto se retrasa a la semana que viene. ¡Fiu!: "podré disfrutar de este ansiado fin de semana junto a él, podré ir a buscarle a la estación y abandonar durante dos días el ostracismo al que me empujan las circunstancias".

Y entonces, te relajas de verdad y te centras en el bienestar de tu gratísimo visitante y en el tuyo propio, olvidas la rítmica del teclado, las caídas del Internet, el messenger y las llamadas intempestivas de Skype. Y te acoges a la tecnología para el disfrute más sano y despreocupado. "Y a tomar por culo Gmail hasta el lunes".

Y entonces el domingo él se va, caminas despacio hacia el Metro, convirtiendo cada paso en un ritual delicado de sosiego, negándote a dar por concluido del todo el fin de semana... y la paz. Llegas a casa, más deprimente de lo habitual porque parece más vacía que nunca. Pero ahí está la perrita más neurótica del mundo, moviendo su colita, saludando tu llegada como si fuera la del Mesías perruno y le dices -porque desde hace tiempo, hay días en los que sólo hablas con ella-: "Perraca boba, ahora que él se ha ido haces tu exhibición de saltos... Too late, babe". Pero la acaricias y la abrazas, y te refugias en su lomo hasta que esturnudas rebozada de pelo blanco canino. Reaccionas, tomas un vaso de agua, que -demostrable científicamente o no- relaja. Mirar a tu alrededor, haces una cuantas llamadas para llenar el espcio y acelerar el tiempo.

Recuerdas que hace mucho días deberías haber actualizado el blog ya. Pero te faltan fuerzas, no ganas: de esas, tienes a montones. Y te planteas que si inventaran un cacharro que transcribiera los pensamientos, actualizarías el blog tres veces al día, pero que de momento, la anemia y demás anemias menos físicas te superan. Y las ideas sobre textos se limitan a pulular un día más por tu cabeza confusa, deseando salir y plasmarse rítmicas al compás del teclado.

Y enciendes el ordenador, acudes al correo habitual casi ya por costumbre automatizada y llega el batacazo: el sádico te había mandado un e-mail el sábado aclarándote que el texto para el que supuestamente ibas a disponer de cinco días debe estar escrito y entregado (1.200 palabras y no palabras cualquiera) el martes por la tarde. Nerviosa, desconcertada, llena de rabia y sin nadie para descargarla, vuelves al agua... un vaso tras otro: pues sí, calma, pero sólo si no estás desbordada. Haciendo un paralelismo, es como la valeriana, que es la panacea (para los no inmunes, como la que escribe) si tienes un discurso que dar, un proyecto que exponer o un examen que rendir, pero no una crisis de ansiedad.

Y acaba el domingo entre lecturas, añoranzas tristes y alegres, picoteo autoinducido-obligado junto al frigorífico, zapping frenético y desesperante, angustia, desasosiego y "tembleque". Y el lunes por la noche te sorprendes con el ritmo del teclado golpeando letras sobre la pantalla, ejercitando la escritura autómática de pensamientos y reflexiones infumables, futiles, sin sustancia... sin entender muy bien por qué lo haces, pero extrañamente, sientiéndote ligeramente mejor, como el segundo después de beber un vaso de agua.

Lo malo es que ni siquiera el título de la entrada guarda coherencia con el texto, si es que e sposible conseguir el milagro de la coherencia con un texto incoherente. Quizá la solución sea la incoherencia misma. Y descubres finalmente que no quieres dejar de escribir, sea lo que sea, por puro divertimento, por puro sosiego, por la inmensa libertad de escribir lo primero que se te pasa por la cabeza sin mayores planteamientos, más que el mínimo respeto a las reglas gramaticales. Y por primera vez en lo que va de día, que va mucho ya, sonríes de verdad, con la sonrisa auténtica e íntima que nace del alma, divertida y burlona, traviesilla e infantil, que juega a escribir por escribir como el que canta por cantar a la hora del fregoteo o como quien menea las caderas al compás de la radio junto a la tabla de planchar. Como el que se urga las uñas simplemente porque le da la gana, porque nadie se lo ha pedido, porque nadie le ha exigido o aconsejado como hacerlo. Y vueleve a sonreír, hasta que una mueca, un mohín y una mirada perdida denotan que ha percibido el olor a quemado que trepa desde el primer piso hasta la altura de la nariz. ¡Las patatas! Coño.

Y regresa de la cocina más divertida, más sonriente aún. Acaba de presenciar la aberración hecha tubérculo: una de las patatas no ha sobrevivido a tanto tiempo de cocción, se ha deshecho y ha formado un colchón en el fondo de la cazuela (hermoso, cuajado de pompitas de oxígeno, como un desierto de fécula) y se ha chamuscado, pero ha salvado la vida a cuatro compañeras que están, por cierto, en su punto.

Y por enésima vez confirma que no tiene la menor idea sobre sus aptitudes para la escritura, aunque un alo de sospecha amanezca tras su hombro izquierdo. Pero sea como sea, escribir es su mejor terapia, acorta tiempos, le da vida al cerebro, anima la imaginación y el juego inocuo del regodeo en las aficiones inofensivas e íntimas. No tan íntima en este caso cuando pinche sobre el cartelito estridente "publicar entrada", pensando, un poco ingenua y un tanto inquieta, si lo leerá alguien hasta el final. Si sus dos lectores aguantarán hasta el punto final la verborrea o si podrán encontrar en ella incluso algo de interés. Al menos, como pasatiempo, por ejemplo, mientras se cuecen las patatas.

El miércoles, entrada pensada y coherente, que ya va siendo hora.

No lo leas, únete.

jueves, 28 de febrero de 2008

Año bisiesto


Era el suyo un miedo cerval, irracional, atávico… podría decirse que supersticioso. Cada cuatro años y al final del segundo mes, se le encogían el estómago y los sentimientos, preparada para el desenlace final sin estarlo nunca del todo.


Lo que para unos era el turno festivo del altius, fortius olímpico, para ella representabaa una tortura íntima que, afortunadamente, eso sí, terminaba pronto: 29 de febrero, año bisiesto. 24 horas más añadidas con rigor científico a los 365 días convencionales. 24 horas más empleadas por los truhanes del tarot para llenar de misterio inestable el destino de sus víctimas recurrentes.


Poco más para la mayoría: un año… curioso, excepcional, digno de celebrarse para los pocos nacidos en ese día escurridizo que sólo hacía acto de presencia cada 48 meses. Para ella, un suplicio indescriptible que ya comenzaba el año anterior… el año bisiesto anterior, tras arrullarse en el alivio de haberlo superado, pero mirando ya de reojo al siguiente.

Eran unos cuantos los antepasados caídos en tan funesto año para la familia. Motivo más que suficiente para temerlo, si se tiene en cuenta que gran parte de nuestros miedos responden a motivos bastante más nimios y arbitrarios. “Moriré en año bisiesto”, decía convencida y aterrorizada ante su propia premonición, inevitable, rotunda. Es inútil racionalizar las fobias cuando la angustia agarrota el ánimo, encoge el estómago, nubla las ideas y debilita las piernas. Cuando el motivo del terror se acerca inexorable, firme, cada vez más grande y más tangible hacia el centro de nuestras neurosis.


Ella, mi abuela Ana, no murió en año bisiesto. Su gran fallo de previsión la llevó a morir agónica e hinchada el 21 de marzo de un año cualquiera, soñando que su nieta sería pronto una periodista de éxito, exhibiendo una ternura y un buen humor de los que careció siempre, hasta que la enchufaron a una bombona de oxígeno. Hasta entonces, no era fácil amarla, ni siquiera tolerar su sentido de la autoridad férrea. Sin embargo, todos a su alrededor nos rendimos ante la bondad recién nacida de una anciana moribunda que había hallado en la sobredosis de oxígeno su elixir de la felicidad y la ternura.


¿Quién era la verdadera Ana? ¿Aquella mujer antipática y con sempiterno rictus de disgusto y frialdad? ¿O la anciana cansada y arrugada que saludaba a los recién llegados con una sonrisa franca en los labios y otra acuosa y abierta, luminosa diría, en la mirada? Me resisto a adoptar una respuesta u otra en función de mis necesidades afectivas o mis anhelos románticos. Me quedo, en cambio, con la realidad de una abuela siempre distante y ajena a la que amé en reciprocidad y con emoción en sus años –los últimos- de decadencia física y esplendor espiritual. Incluso diría que aquellos periodos en los que le retiraban la bombona continuaba inmersa en esa exultante borrachera de serenidad y calidez, como si ese fuera ya para siempre y de verdad su auténtico estado, independientemente de los efluvios del oxígeno.


Conservo su calendario, el zaragozano, el de toda la vida. Ese taco en el que cada hoja de papel biblia representaba un día que se iba arrancando, en las horas de soledad, como si fuera plomo. Pesado, tosco, recordaba onomásticas, aforismos y vidas de santos. Un año no empezaba con buen pie sin su reluciente nuevo almanaque, libre de arrugas, colgado de la pared por un clavo frágil y problemático.


Ella y su relación enfermiza con el paso del tiempo. Conservo su taco, apenas si desvirgado, apenas sí manido, detenido para siempre en el 21 de marzo. Es un recordatorio brutal del día en que perdí a la mujer desconocida que me abrazaba con el alma y me llamaba “mi periodista”. El único recuerdo tangible que guardaré de ella, sumado a su colección de diarios caóticos, en los que el menú del día y la ilusión por vernos de nuevo llenaban párrafos garrapateados y cuajados de faltas de ortografía. Demasiada intimidad la de esos cuadernos pueriles e inocentes, tan transparentes y puros que, lejos de ser una joya literaria, son una joya de humanidad vivida al máximo, sin dobleces. Quizá un día me atreva a compartir con mis lectores invisibles –inexistentes tal vez- el contenido de tan deliciosos diarios. Por hoy, este es mi homenaje, en un año bisiesto que ya no la hizo sufrir.

Microcosmos

Era tan, pero tan pequeña, que se perdió en medio de un microcuento.

miércoles, 27 de febrero de 2008

Libre para pensar... libre para opinar

Dicen unos que somos producto o hijos de las influencias de una sociedad mediática y mediatizada que hace de nosostros y nuestros pensamientos lo que quiere. Afirman otros haberse liberado por completo del yugo mediático y mediatizador. De mí misma, yo digo que cada vez soy más libre de lo que nos dictan debemos ser, debemos rechazar, debemos defender... para ser, rechazar y defender cada vez con mayor convencimiento y menos miedo lo que mi capacidad de análisis y mi conciencia me dictan. Nunca osaría decir que soy libre del todo o que carezco de prejuicios, aunque cada vez me acerco más a la libertad.

No es fácil automarginarse del rebaño. Ni es fácil pertenecer a él cuando la elite intelectual lo desaprueba. Como ejemplo, el flamenco. Hace no demasiadas décadas, el flamenco estaba considerado por la crema de la crema como una música populachera, histriónica, sin gusto ni arte en su esencia. Todos hacían esfuerzos hiperbólicos por dejar claro que lo detestaban. Hoy, sin embargo, el flamenco parece ser la más alta manifestación del arte musical étnico y racial. Se agotan las entradas, duelen las palmas de las manos tras ovaciones interminables, arrasan en las listas de ventas los discos más calés y en las universidades se celebran congresos de alto nivel sobre el flamenco y sus excelsos artistas.

Más: está claro que no hay en España una sola persona a la que le guste medianamente Julio Iglesias. Está claro que no hay nadie por aquí a quien escuchar un sólo acorde de una de sus canciones no le lleve a la nausea. Y está claro que quien decida mostrar un mínimo aprecio hacia sus melodías recibirá una avalancha de críticas, gestos asqueados y exclamaciones de incredulidad. Así que, mi pregunta es: ¿Quién coño compra en este país los dos millones de ejemplares cada vez que este ser abyecto saca disco nuevo?

En definitiva y por acabar ya y aliviar la migraña mirando hacia un lugar menos hostil que la pantalla del ordenador, no era esta la forma en que pensaba inaugurar mi blog, ni mucho menos. Pero es al fin y al cabo, una forma de inaugurarlo y eso, teniendo en cuenta mis recelos iniciales, pensando "para quién escribes, para qué", ya es mucho. Será este el blog de una librepensadora que busca liberar sus pensamientos recurrentes en forma de palabras con el mismo fin exhibicionista que tenemos todos. Se admiten críticas, rectificaciones y alabanzas. Se admite todo, pero con una sencillísima condición: sin insultos y con argumentos sólidos. Los demagogos, ya pueden irse por el mismo link que han venido. Los del "buenismo", ahí tienen la puerta. Recomiendo que se vayan con viento fresco a los que un día gritaron hasta la afonía "NUNCA MAIS" y ni siquiera se les encogieron las vísceras ante los incendios de Guadalajara, porque no estaba de moda salir a protestar. Pueden largarse también, y cuanto antes mejor, los que apoyan a un partido político como quien es del Atleti, sin autocrítica ni honestidad. No, no os estoy echando: al contrario, me preocupo por vuestra salud mental. Aquí no se echa a nadie, sino que se le reta a una batalla dialética sincera.

Por lo demás, os doy la bienvenida a todos: a los que pensais como yo y a los que disentís hasta en lo más básico conmigo. Por mi parte, me comprometo a no dejarme llevar por la autocensura ni por la espiral del silencio (el temor a la marginación se traduce en falsas verdades) a la que, por cierto, dedicaré varias entradas, puesto que es un mal que, aunque para algunos ya esté superado, monopoliza cada vez más el mundo en el que malvivimos. Habrá cuentos, noticias, pensamientos, habrá espíritu constructivo y afán total y alebosamente destructor. Aviso de que, muy probablemente, nadie podrá estar de acuerdo con todo lo que aquí diga y mientras un día encontrareis la satisfacción de ver plasmadas vuestras inquietudes en mis párrafos, otros días renegareis de cada una de las sílabas.

Me amaréis y me odiaréis. Trataréis de etiquetarme y erraréis si deducís haberlo conseguido. Os haré pensar y quizá os haga vomitar de rechazo. Pero si desde el odio o desde el aprecio, consigo que algo se mueva en vosotros, el objetivo se habrá conseguido.