lunes, 24 de marzo de 2008

Drogas duras, por cuatro duros

Sudores fríos, taquicardia, terror, voces ajenas inexistentes aporreándome el cerebro, susurros incontrolables autogenerados por el caos neuronal, visiones abstractas de neón recorriendo atrozmente rápido el vacío oscuro de mi habitación. Enciendo la luz, la vuelvo a apagar, enciendo la radio, la vuelvo a apagar. No sé muy bien qué pienso, no sé si pienso o si lo que pienso tiene algún sentido. Pasan los minutos, uno detrás de otro, despacio, exaperantemente despacio. 1, 2, 3, 4, 5...

Las dos y media, las tres menos veinticinco, las cuatro menos diez. Me levanto, me mareo, me siento, me acurruco sobre el edredón y me vuelvo a tumbar. Enciendo la luz, la vuelvo a apagar. Enciendo la radio, la vuelvo a apagar. Voces masculinas, femeninas, ajenas, desconocidas, opresoras, neútras, híbridas. Siento calor y siento frío. Necesito un abrazo tan fuerte como mi pavor nocturno.

Me siento encerrada en el dormitorio y me da miedo salir, al mismo tiempo que ansío hacer cualquier cosa, pero fuera. Las cuatro y dos, las cuatro y tres, las cuatro y diez. Enciendo la radio y la luz. Las vuelvo a apagar. Me levanto, doy dos pasos y me mareo. Dudo si me he caído sobre la cama o si me he dajado caer. Abrázame, extraño. Que me abrace quien sea.

Empiezo a sentir miedo de mí misma, sumado al pavor de esta realidad onírica trágica e inédita, que me atrapa en la habitación. Temo hacer cualquier salvajada. Estoy cada vez más fuera de mí. Y de pronto me siento como el protagonista de Trainspotting cuando le encierran en el dormitorio para pasar el mono. Y no quiero ser él, pero lo soy.

He probado la cocaína media docena de veces; quizá menos. He fumado una veintena de porros en mi vida, quizá menos. Depresión unida a otras barbaridades que lucho por no repetir. Decidí prescindir de las drogas y lo conseguí, exceptuando la nicotina, con la que me enfrento cada vez con mayor frecuencia y más ganas.



Gané definitivamente la batalla del esconder la cabeza bajo el ala de los psicotrópicos mientras los problemas siguen ahí, inalterables, pero ocultos en la neblina del colocón. Me molesta que se fume un porro a mi lado porque no quiero que me afecte lo más mínimo. Gané la batalla hasta que el médico me recetó Trankimazín contra mi insomnio recalcitrante, nacido en alguna noche adolescente de angustia, más o menos, a los doce años... y comenzó otra.

Es el camino fácil: ya verás cómo duermes con esto. Y sí, a partir de la segunda noche, no recuerdo sesiones de sueño tan plácidas y reponedoras. No quedaba en mi memoria ninguna noche de descanso absoluto y despertar tan fresco. Pero el precio a pagar a cambio es muy elevado. Anoche, en vista de que era tarde y debía despertar a las seis de la madrugada, decidí prescindir del Trankimazín. Al fin y al cabo, mi padre ya ha dado su última palabra: ni una caja más; cuando se acabe, se acabó. Así que, es mejor irlo dejando cuanto antes.

Y como una yonki, pasé mi síndrome de abstinencia más brutal, sólo comparable en parte a la primera noche que pasas después de que él o ella te haya dejado, pero con alucinaciones incluidas. Es el camino fácil, el más frecuentado últimamente en todas partes. ¿Quieres sueño? Pues vas a dormir. Para eso, oiga, no me pierda usted 10 años de su vida estudiando medicina. Para eso, me diga que me fume un porro (droga ilegal) o que me da usted una pastillita mágica (legal) de venta en farmacias y habitual en toda casa occidental que se precie, que en fondo, cierto, es lo que se limita a hacer. Porque en este mundo imbecil que hemos construido y fomantamos, la maltrecha salud mental no entra en el seguro médico, pero si quieres, te hacen una limpieza dental gratis cada año. Porque estamos como cabras y no hacen nada por ubicarnos, sino que se limitan a poner parches al dolor, al desasosiego o la incertiudumbre recetándonos drogas baratas de comercio legal.

En un par de horas, me enfrentaré a la caja, donde quedan unas 8 pastillas. Una disyuntiva más en mi cotidiano, como si hubiera pocas. Y tendré que elegir entre la abstinencia y sus consecuencias, tomar sólo media para ir dejándolo poco a poco o esonderme unas horas en los brazos de Morfeo de todo lo feo (rima facilona, discúlpenme). Espero optar por la mitad de la dosis, un chute moderado. Pero no confío en absoluto en mi voluntad. Y si opto por la valentía atolondrada y me meto en la cama a palo seco, seguramente necesite un abrazo y sude y oiga cosas y vea cosas. Y seguramente quiera llorar y no pueda. Y seguramente quiera caminar y no pueda. Y seguramente un abrazo bastaría, pero no hay.

3 comentarios:

MaríaT dijo...

Abrazos virtuales te mando yo todos los que quieras, aunque sé que no hacen mucho.
Tampoco creo que te hagan mucho las píldoras de valeriana pero seguro que son un sustitutivo blandito con menores consecuencias que las que relatas.
Es una mierda depender de cualquier sustancia así que ÁNIMO, saca el orgullo y a por ello, que puedes, SEGURO.
Miles de besos

f.c.p dijo...

Lo comentábamos a ritmo de vino y tapa el otro día, la genialidad por la sustancia,a la sustancia por la genialidad, o a la sustancia por la insustancia..., múltiples y variadas aceptaciónes,si.
Pero creo firmemente, que la peor droga es la que uno se crea, llegando a hacer un hábito que no parece dañino a primera vista, pero que con el paso del tiempo se convierte en una verdadera dependencia, haciendo casi insoportable la pesadez del ser, hablo, como bien sabes y comprobaste, la droga mental.
Toc Toc, soy un Trastorno Obsesiv
o Compulsivo, y he venido a quedarme en tu cálido cerebro hasta que capitules, hasta que ceda la última de tus barreras.

En fin, lamento que el último abrazo no perdurase en el tiempo haciéndote más llevadera la vigilia nocturna, anímate, y cree con firmeza que algún día nos in-dependizaremos.

La oveja magenta dijo...

El último abrazo, Mr. Ferdinand, se suma a la lista de afectos, perdura y cuenta para siempre. Pero en momentos como ese, hace falta un abrazo instantáneo de urgencia. En todo caso, guardo cada uno de tus abrazos como el mejor tesoro.