lunes, 17 de marzo de 2008

Estar, estoy...

...Cociendo patatas en estos momentos, concretamente, mientras un programa de truculencias repta por la escalera de cristal hasta mi escritorio. cociendo por cocer y porque hay que comer y seguir un cierto horario.

Ganas, nulas. Sólo de arroparme en sus brazos, de dormir, de regodearme en el sonido del teclado y dejarme arrastrar por el sopor taciturno. Porque no es justo. Porque en mi trabajo sin contrato ni horarios ni seguridad de ninguna clase no te tratan, te maltratan a su antojo.

Verbigracia: el jueves te encargo con carácter de urgencia máxima (alerta Braga) que entrevistes a un señor y a su hijo, consigas convencerles de que se disfracen de mamarrachos y fotos de alta resolución. ¿Para cuándo? Para ya. Viernes a primera hora. Mañana.

Entonces, te acojonas y te hundes y piensas que más te habría valido estudiar turismo o arte dramático que, total, también te ibas a morir de hambre, pero con gusto. Y te convences de que no sirves para esto, de que un periodista es cualqueir cosa menos tú misma. Pero superas la angustia y te pones en marcha: ordenador, teléfono, ordenador, teléfono...

Hasta que tu jefe -psicópata, ególatra y carente de empatía- te dice que te lo tomes con calma porque el asunto se retrasa a la semana que viene. ¡Fiu!: "podré disfrutar de este ansiado fin de semana junto a él, podré ir a buscarle a la estación y abandonar durante dos días el ostracismo al que me empujan las circunstancias".

Y entonces, te relajas de verdad y te centras en el bienestar de tu gratísimo visitante y en el tuyo propio, olvidas la rítmica del teclado, las caídas del Internet, el messenger y las llamadas intempestivas de Skype. Y te acoges a la tecnología para el disfrute más sano y despreocupado. "Y a tomar por culo Gmail hasta el lunes".

Y entonces el domingo él se va, caminas despacio hacia el Metro, convirtiendo cada paso en un ritual delicado de sosiego, negándote a dar por concluido del todo el fin de semana... y la paz. Llegas a casa, más deprimente de lo habitual porque parece más vacía que nunca. Pero ahí está la perrita más neurótica del mundo, moviendo su colita, saludando tu llegada como si fuera la del Mesías perruno y le dices -porque desde hace tiempo, hay días en los que sólo hablas con ella-: "Perraca boba, ahora que él se ha ido haces tu exhibición de saltos... Too late, babe". Pero la acaricias y la abrazas, y te refugias en su lomo hasta que esturnudas rebozada de pelo blanco canino. Reaccionas, tomas un vaso de agua, que -demostrable científicamente o no- relaja. Mirar a tu alrededor, haces una cuantas llamadas para llenar el espcio y acelerar el tiempo.

Recuerdas que hace mucho días deberías haber actualizado el blog ya. Pero te faltan fuerzas, no ganas: de esas, tienes a montones. Y te planteas que si inventaran un cacharro que transcribiera los pensamientos, actualizarías el blog tres veces al día, pero que de momento, la anemia y demás anemias menos físicas te superan. Y las ideas sobre textos se limitan a pulular un día más por tu cabeza confusa, deseando salir y plasmarse rítmicas al compás del teclado.

Y enciendes el ordenador, acudes al correo habitual casi ya por costumbre automatizada y llega el batacazo: el sádico te había mandado un e-mail el sábado aclarándote que el texto para el que supuestamente ibas a disponer de cinco días debe estar escrito y entregado (1.200 palabras y no palabras cualquiera) el martes por la tarde. Nerviosa, desconcertada, llena de rabia y sin nadie para descargarla, vuelves al agua... un vaso tras otro: pues sí, calma, pero sólo si no estás desbordada. Haciendo un paralelismo, es como la valeriana, que es la panacea (para los no inmunes, como la que escribe) si tienes un discurso que dar, un proyecto que exponer o un examen que rendir, pero no una crisis de ansiedad.

Y acaba el domingo entre lecturas, añoranzas tristes y alegres, picoteo autoinducido-obligado junto al frigorífico, zapping frenético y desesperante, angustia, desasosiego y "tembleque". Y el lunes por la noche te sorprendes con el ritmo del teclado golpeando letras sobre la pantalla, ejercitando la escritura autómática de pensamientos y reflexiones infumables, futiles, sin sustancia... sin entender muy bien por qué lo haces, pero extrañamente, sientiéndote ligeramente mejor, como el segundo después de beber un vaso de agua.

Lo malo es que ni siquiera el título de la entrada guarda coherencia con el texto, si es que e sposible conseguir el milagro de la coherencia con un texto incoherente. Quizá la solución sea la incoherencia misma. Y descubres finalmente que no quieres dejar de escribir, sea lo que sea, por puro divertimento, por puro sosiego, por la inmensa libertad de escribir lo primero que se te pasa por la cabeza sin mayores planteamientos, más que el mínimo respeto a las reglas gramaticales. Y por primera vez en lo que va de día, que va mucho ya, sonríes de verdad, con la sonrisa auténtica e íntima que nace del alma, divertida y burlona, traviesilla e infantil, que juega a escribir por escribir como el que canta por cantar a la hora del fregoteo o como quien menea las caderas al compás de la radio junto a la tabla de planchar. Como el que se urga las uñas simplemente porque le da la gana, porque nadie se lo ha pedido, porque nadie le ha exigido o aconsejado como hacerlo. Y vueleve a sonreír, hasta que una mueca, un mohín y una mirada perdida denotan que ha percibido el olor a quemado que trepa desde el primer piso hasta la altura de la nariz. ¡Las patatas! Coño.

Y regresa de la cocina más divertida, más sonriente aún. Acaba de presenciar la aberración hecha tubérculo: una de las patatas no ha sobrevivido a tanto tiempo de cocción, se ha deshecho y ha formado un colchón en el fondo de la cazuela (hermoso, cuajado de pompitas de oxígeno, como un desierto de fécula) y se ha chamuscado, pero ha salvado la vida a cuatro compañeras que están, por cierto, en su punto.

Y por enésima vez confirma que no tiene la menor idea sobre sus aptitudes para la escritura, aunque un alo de sospecha amanezca tras su hombro izquierdo. Pero sea como sea, escribir es su mejor terapia, acorta tiempos, le da vida al cerebro, anima la imaginación y el juego inocuo del regodeo en las aficiones inofensivas e íntimas. No tan íntima en este caso cuando pinche sobre el cartelito estridente "publicar entrada", pensando, un poco ingenua y un tanto inquieta, si lo leerá alguien hasta el final. Si sus dos lectores aguantarán hasta el punto final la verborrea o si podrán encontrar en ella incluso algo de interés. Al menos, como pasatiempo, por ejemplo, mientras se cuecen las patatas.

El miércoles, entrada pensada y coherente, que ya va siendo hora.

No lo leas, únete.

4 comentarios:

MaríaT dijo...

Lo leí hasta el final y me uno a lo que tu me pidas, siempre que las palabras hiladas me transporten como hoy.
A ver para cuando un mail!!!!!!!!
Besos del Sur

f.c.p dijo...

A veces en el trabajo, hay contrarelojes, y en estos días te ha tocado uno de aupa; pero no desesperes, siempre, cuando menos esperanza se tiéne, aparece algo en el devenir, que nos saca del atolladero.
Me gustaría, egoístamente, poder ser esa inflexión en el problema que lo resolviése de un zarpazo, pero me temo que no podrá ser esta vez.

Aún así, sabes que cuentas con una pequeña legión de aliados que te darán todo el apoyo, ánimo y un sinfín de etcéteras para facilitarte este bache.

Cuenta con nosotros sin dudarlo ni un momento, pequeña.Aunque algúnos nos dediquemos a la Bella.
Besos

Ceceda dijo...

me encanta q me escriban al blog....al leer tu entrada no pude evitar buscar el tuyo...escribes muy bien, eres muy divertida, dentro de lo dramático de la situación; pero si con un vaso de agua lo arreglas: "chapeau", eres de las que podrá " ponerse el mundo por montera". Un beso y ánimo y a tirar p'alante

Maximus dijo...

Entiendo que a estas alturas la prueba ya ha sido superada. Es una de las ventajas del paso del tiempo, que va cumpliendo los plazos.
Muchos besos y adelante. Mañana iré al kiosco (esa vieja tradición que casi he olvidado).