Sin embargo, una segunda casa a la que nunca regresaría para quedarme, pero a la que siempre querré volver para compartir con los que más quiero la belleza y la singularidad del lugar donde resucité, donde sufrí, aprendí, reí y lloré como pocas veces en mi vida.
Esta vez, me acompaña mi padre, ese hombre que en un año fue a verme cada dos meses con la maleta cargada de fruta, verdura y carne. Recuerdo que el solomillo de ternera era lo único que no resistía la cronología del trayecto, y siempre llegaba recién descongelado, así que, se convirtió en el ingrediente estrella de nuestra primera cena.
A mi madre, que sólo pudo ir unos días en Navidad, estuve siete meses sin verla. Me limitaba a hablar con ella por teléfono escasos minutos, cada vez que el presupuesto me lo permitía. Un día, en pleno ataque de nostalgia, les pedí a ambos que, a una hora determinada, acudieran a un banco determinado de una plaza determinada, unos dis mil kilómetros al el sur. La estrategia era que, a las once de la mañana (hora española), se acercaran a un banco de la Plaza Mayor de Salamanca, hacia donde por aquellos días, miraba una web cam puesta por nadie sabe quién. Así lo hicieron. Debía resultar extraño verme frente a un ordenador de un cibercafé dublinés rompiendo en un llanto que no cesaría hasta que, una vez en la calle, me dejé llevar por el viento, que me robó las amarguras y las añoranzas.
(Junto a mi amiga Halina, Ucraniana, en una de nuestras fiestas, al estilo de dos polizones, que se cuelan entre dublineses de clase alta como dos falsas VIP. Ella es uno de los mejores tesoros que conservo de la ciudad. Espero que pronto me haga esa visita que aún me debe. Hoy, con el pelo mucho más corto y las ideas mucho más claras, agradezco y valoro como se merecen aquellas noches en las que la compañía mutua nos llenaba por completo y bailábamos, reíamos, hablábamos y proyectábamos viajes futuros, prescindiendo de todos y de todo lo demás.)
Mañana vuelvo para disfrutar como turista lo que apenas sí pude conocer por la pura redundancia de quien, como habitante habitual, pasa por los lugares una y otra vez, pero sin poder saborearlos. Llegaremos ya para irnos a la cama. Y el domingo, madrugón, desayuno irlandés, calzado cómodo y a recorrer calles y lugares para siempre familiares: O'Connell Street (a la que a perpetuidad ya confundiré y permutaré el nombre con la madrileña O'Donnell), Grafton, Saint Stephen Green, Henry Street, Christchurch, el río Liffey junto a un café callejero...
Y una parada tan ritual como necesaria ante la escultura de Molly Malone, la mujer ficticia que, sin duda, más me ha marcado y a la que, en homenaje emocionado, rendiré mis lágrimas cuando ya de regreso en Salamanca, me tome media pinta a su salud en el pub que lleva su nombre.
Molly Malone, según cuentan, era vendedora ambulante de día y prostituta en las desapacibles noche dublinesas. Su vida fue, como su muerte -víctima de la fiebre amarilla- desgraciada, cruel y miserable. Nadie sabe si existió. Las versiones son tan variopintas como aquellos que las narran. Pero el símbolo de fortaleza y superación y de supervivencia ante la adversidad, me ayudó en mis peores días junto al tufo marino del Liffey. Por eso, os dejo su canción, quizá, la más popular de Dublín que, por cierto y como curiosidad, es cantada por un mendigo en los primeros instantantes de La naranja mecánica.
In Dublin's fair city,
Where girls are so pretty,
I first set my eyes on sweet Molly Malone,
As she pushed her wheelbarrow
Through streets broad and narrow,
Crying, "Cockles and mussels, alive, alive oh"!
Alive, alive oh! alive, alive oh!
Crying, "Cockles and mussels, alive, alive oh"!
Now she was a fishmonger,
And sure twas no wonder,
For so were her mother and father before,
And they each wheeled their barrow,
Through streets broad and narrow,
Crying, "Cockles and mussels, alive, alive oh"!
She died of a fever,
And no one could save her,
And that was the end of sweet Molly Malone.
Now her ghost wheels her barrow,
Through streets broad and narrow,
Crying, "Cockles and mussels, alive, alive oh"!
Prometo muchas fotos: imágenes y descripciones. Impresiones, anécdotas, recuerdos. Espero que las disfrutéis indirectamente tanto como yo lo voy a hacer. El martes que viene -avión mediante- nos vemos. Cuidaos mientras tanto y disfrutad de este clima ibérico sin precio, mientras yo me calo bajo la sempiterna lluvia, a seis grados, en la Isla Esmeralda. Sloan.